Madrid según se mire. Por: Ángel Luis Jiménez

Más de 40 millones de españoles no vivimos ni trabajamos ni votamos en Madrid. Muchos ni siquiera deseamos vivir allí. Ocasionalmente, pasamos por la villa para visitar clínicas especializadas, exposiciones, amigos, teatros, museos, manifestaciones, y cosas así.

 

Sin embargo, gracias a los medios de comunicación sufrimos a diario las ocurrencias de gobernantes en el espacio de Madrid, que no nos representan, pero nos intoxican generando segmentos de realidad alucinatorios.

Un caso específico son los discursos de la presidenta de la Comunidad de Madrid, que se ha convertido en una especie de icono pop, diciendo frases, que no sé si se las inventa ella o su equipo, pero que logra convertir en el lema de una manifestación o en un insulto colectivo.

No olvidemos que detrás de Isabel Díaz Ayuso está Miguel Ángel Rodríguez, el consultor que ayudó a José Mará Aznar a alcanzar la presidencia. Los analistas indican que Rodríguez bebe de la doctrina del estadounidense Steve Bannon, quien perfiló la imagen pública de Donald Trump, y hoy tiene vínculos con partidos de extrema derecha, entre otros el partido de Marine Le Pen, La liga de Italia, Alternativa por Alemania y Vox.

Todavía suenan los ecos del “¡Váyase señor González!” que Aznar pronunció en el debate sobre el Estado de la Nación de 1994, cuando estaba en la oposición, y cuyo autor es Rodríguez. Dos años después, ya con voz propia como secretario de Estado de la primera legislatura de Aznar, fue a peor. Su impronta no puede ser más transparente, casi tres décadas después, en el discurso de Díaz Ayuso.

Un ejemplo del yacimiento de la narrativa de Rodríguez, que tanto ha significado para la proyección de Díaz Ayuso, fueron sus declaraciones en la primera ola de la pandemia del covid-19: “Ni estado de alarma ni confinamiento. Hay que aprender a convivir con el virus”. O en una visita a Barcelona en septiembre de 2020: “Es un delito en Cataluña, con el clima que tenéis, tenerlo todo cerrado, tener a la gente en su casa. No hay derecho.”

Estas declaraciones forman parte de la idea fuerza que Rodríguez concibió no solo para la gestión en Madrid a través de Ayuso, sino para un programa más ambicioso llamado: “Libertad”. Una libertad que es la consigna de los libertarios como Javier Milei, a quien reivindica Ayuso, y que se inscribe en la tradición neoliberal madrileña que nos lleva a la figura de Esperanza Aguirre.

Aguirre, admiradora de Thatcher, imaginaba Madrid como una Inglaterra con sol. Ayuso, en cambio, a pesar de tener a la Dama de Hierro como referente en su ideario, pone por delante la concepción nacionalista, que Rodríguez concibe de origen y casta madrileña para oponerla tanto al nacionalismo catalán como al vasco: “Madrid es España. Madrid es España dentro de España. ¿Madrid qué es, sino España?”

Esta farsa contiene la clave del triunfo del relato de Ayuso. La Instancia superadora es emocional, nunca racional. La gracia imanta el significado, suspendiendo la razón: “Madrid es libre porque si rompes con tu pareja, no la vuelves a ver más”. El recreo, dice, no acaba. Se nos exime de volver al aula: en el patio del colegio cívico, no se hace política, se juega. No hay más.

El triunfo de Rodríguez está en imponer el absurdo como un recreo frente a la lógica. Ya sonará el timbre que nos haga volver a clase y a la realidad. Porque sabemos que el marco conservador es patriarcal y autoritario, el progresista familiar y comunitario.

Rodríguez establece la libertad como el eje central de su discurso. No hay ningún otro marco conceptual. ¿Quién es el villano, la némesis, el enemigo a liquidar? Pedro Sánchez, el “sanchismo”. No le pide al presidente Sánchez que se vaya como reclamaba Aznar dando voces. Ayuso lo insulta y no matiza, ni justifica la ofensa.

En Madrid está la sede del Gobierno. El Congreso y el Senado que nos representan a todos los españoles, aun siendo diversos, complejos y difíciles como España misma desde Algeciras hasta Irún. Quienes cuestionan la legitimidad de este Gobierno, de las Cortes Generales, que representan al pueblo, y de nuestra democracia están reconociendo su propia ineptitud. Consecuentemente, deberían irse a su casa o apagar el micrófono. ¡Ya está bien!