El español como activo. Por Ángel Luis Jiménez

En estos días hay una serie de noticias sobre el idioma español y su importancia en el activo económico de nuestro país que me llama la atención. Recordar que somos más de 592 millones el número de sus usuarios potenciales y que el idioma equivale a una moneda única.

Una de las noticias es el anuncio de la reapertura del Instituto Cervantes en Gibraltar, que el Gobierno de Rajoy cerró en 2015, aunque está supeditada a la evolución de las negociaciones en curso sobre el estatuto postbrexit de Gibraltar con la Unión Europea.

Otra, la publicación del libro “El español, lengua internacional: proyección y economía” (Civitas), que compendia José Luis García Delgado, premio Cervantes de este año, con la participación de otros 15 autores con los que viene colaborando desde hace dos decenios.

El libro comienza con la aseveración de García Delgado: “El español es el producto más internacional de España y de todos los países que lo tienen como lengua propia, y, sobre todo, por ser un activo de gran valor económico que rebasa las fronteras nacionales mediante la internacionalización de la cultura y la expansión de las empresas”.

También este libro rinde homenaje a Elio Antonio de Nebrija, sabio humanista que tanto aportó para hacer del español una lengua universal. Un gramático genial para una obra universal: el español. Se anticipa con esta obra a la conmemoración en el próximo año 2022 del V Centenario de su muerte.

El libro está dedicado al estudio de la situación del español en el mundo, a evaluar la significación cultural, política y económica actual de nuestra lengua, a los problemas de expansión con los que se enfrenta y a los retos que le aguardan en el inmediato futuro a causa del vertiginoso desarrollo de las tecnologías digitales de comunicación y de la inteligencia artificial.

El español ha superado el paso del tiempo, las barreras de la geografía y el desafío de la unidad. Bajo esa realidad (si el inglés es la lengua sajona universalizada, el español es la lengua románica universalizable), conviene detenerse en el alto valor económico que arrastra. ¿Cuál es ese valor? Una respuesta exige subrayar la triple función que cumple como materia prima, como medio de comunicación compartido y como seña de identidad colectiva.

Además, el español como bien económico, no se agota nunca con su uso ni tampoco puede depreciarse como ocurre con otros bienes. Vale más cuanto más se consume, es decir, el valor de pertenecer a un grupo lingüístico aumenta con el tamaño del grupo y sin problemas de congestión; no es apropiable en exclusividad y no puede ser objeto de adquisición; no tiene coste de producción, y es un bien con coste de acceso único (una vez conocido un idioma puede usarse cuantas veces se quiera sin incurrir en nuevos costes).

Y así surgen otras preguntas. ¿Qué peso tiene en términos de renta y empleo?, ¿qué compensación salarial extra tiene su dominio?, ¿cuáles son sus efectos en los intercambios comerciales y financieros? Para valorar estas preguntas existen lo que el autor define en tres dimensiones: peso, premio y palanca. Por un lado, la población mundial que habla el español (un 7%) tiene una capacidad de compra en torno al 10% del PIB mundial. En España, aporta el 16% del valor del PIB y del empleo.

En Latinoamérica, donde España dejó la magia de su idioma y el mejor salvoconducto a la modernidad, los porcentajes del idioma en su economía son similares a los españoles, donde en particular las industrias culturales (edición, audiovisual y música…) suponen alrededor del 3% del PIB.

En cuanto al concepto premio, España ofrece datos significativos al haber sido receptor de un intenso caudal de inmigrantes entre 1995 y 2008, para los que no existían la barrera de entrada por el idioma. Además, incorpora un plus en materia salarial en comparación con el que reciben los inmigrantes no hispanohablantes.

El concepto palanca se refleja en la multiplicación de intercambios comerciales y flujos de inversión. Según los datos esgrimidos, el español multiplica por cuatro los intercambios comerciales entre países hispanohablantes y por siete los flujos bilaterales de inversión directa exterior (IDE). La lengua común equivale a una moneda única.

Sin embargo, el buen producto que es el español solo ganará posiciones en el mercado global si las economías que lo sustentan se hacen más competitivas y ganan calidad las democracias que lo hablan. La fórmula magistral es la que combina crecimiento competitivo, cohesión social y calidad institucional. Esa es la tarea a desarrollar.

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