Los partidos de la derecha empeñados en copiar el discurso de los populistas han acabado sin ruta ni rumbo y hundiéndose salvo pocas excepciones. De hecho, el auge de Vox está rompiendo el techo del PP y el liderazgo de Feijóo.Es notable la crisis del conservadurismo en Europa. Los conservadores británicos, los tories, han sido primeros o segundos en las elecciones generales desde mil ochocientos y pico, y ahora se preparan para ser cuartos o quintos, por detrás del Partido Verde. En las elecciones de 2024, los conservadores del Reino Unido pasaron de 14 millones de votos de 2019 a menos de 7 millones.
En Francia, los conservadores prácticamente han desaparecido. Se han transformado en un conjunto de partidos con diferentes programas. La división interna, que era una de las características de la izquierda, es ahora la maldición de los partidos conservadores, que se han desmoronado y se odian unos a otros.
Antes pasó en Italia, donde desapareció la democracia cristiana. Resisten aún los conservadores alemanes, acosados por la extrema derecha de AfD. Resiste el Partido Popular español, líder en la oposición, pero igualmente acosado por los extremistas, que ya están intentando el sorpasso a medio plazo.
El hundimiento de los grandes partidos conservadores no debería proporcionar ninguna alegría a la izquierda: desaparecen en la mayoría de los casos porque son devorados por la extrema derecha. Sobre todo, cuando creen que su futuro mejoraría imitando a sus acosadores. Pero la imitación no les funciona, porque la gente a la hora de votar prefiere el original a la copia.
La Europa nacionalpopulista que gobierna en Italia, Hungría, Polonia, Eslovaquia y Serbia, y que participa en los gobiernos de Finlandia y Países Bajos (ahora parece que menos), sumada al avance electoral de dichos partidos en Francia, Alemania, Portugal y España, debería obligar a todos, socialdemócratas y conservadores, a redefinir un marco de acción nueva en Europa. Pero no se hace nada, con peligro para las democracias.
El análisis de los especialistas británicos sobre el Partido Conservador, con sus enfrentamientos internos y la lucha por la pureza ideológica, puede ser aplicable al Partido Popular español. Alberto Núñez Feijóo parece incapaz, por el momento, de diseñar una política que le diferencie de Vox, y es evidente que existen posiciones internas enfrentadas respecto a cómo afrontar ese problema.
Por ejemplo, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, está empeñada en dejar claras las afinidades del PP con Vox y en resucitar el aznarismo en un momento político radicalmente distinto. Otro sector del partido consciente del peligro que representa cualquier alianza con Vox, tampoco es capaz de diseñar una política ecológica o de inmigración alternativa.
El visado por puntos sobre la inmigración, la única oferta electoral del PP, es una propuesta farragosa e insuficiente. Queda poco tiempo para que Núñez Feijóo consiga definir su política sobre los permisos de larga duración que se concentran en las categorías de trabajo y arraigo (más del 50%). Nadie debería alegrarse si finalmente opta por mostrar su afinidad con la extrema derecha, porque ya lo está haciendo en las Comunidades autónomas que gobiernan.
Si hablamos de los números o de los dineros, es decir, de fiscalidad y economía de un posible gobierno del PP y Vox, la respuesta de los Populares en su último Congreso fue presentar un programa económico con todo tipo de imprecisiones y contradicciones, del que resulta difícil sacar conclusiones claras. Si algo queda claro de la agenda económica del PP y Vox es que le tienen declarada la guerra a los impuestos, sin explicar cómo cuadrarían las cuentas sin disparar el déficit. Y, para colmo, Vox aboga por un recorte del estado al estilo de Milei en Argentina.
En un mundo marcado por la policrisis: ecológica, geopolítica y democrática, la política exterior del PP no pasa de ser un mero simulacro con una indefinición deliberada y hasta programática de sus posiciones internacionales. Alérgico a asumir la complejidad geopolítica del presente, recurre a la simplicidad obscena de los eslóganes: nada de ideas, que estorban, aunque la masacre de Gaza siga su curso imperturbable y Trump sea la disrupción más grave que ha vivido la política internacional en el último medio siglo. Sin embargo, el PP sigue en ese resabio nostálgico de la política de la Hispanidad originada en el franquismo, cima para ellos de su buena fortuna en política internacional. Mientras, en nuestro país, la democracia se nos está escurriendo lentamente entre las manos.