La historia confirma que el género femenino ha sufrido el tener menos derechos, más deberes y una subordinación a lo masculino total y radicalmente injusta. Esto ocurre al menos desde que existe la acumulación de bienes en unas pocas personas, (clases sociales) sea en Egipto, Mesopotamia, un lugar perdido en los primeros milenios de la revolución neolítica… La evolución, de los sistemas de explotación económica y dominación política, ha profundizado en la discriminación negativa de la mujer, hasta ir produciendo una toma de conciencia de lo nada natural, lo nada normal y lo insostenible de aquellos.
En estos momentos de profunda transformación del capitalismo y las democracias formales, el movimiento contra la desigualdad entre los géneros en los primeros mundos se hace cada día más fuerte. La cita anecdótica del 8M (marzo) se va transformando en instrumento de batalla, llegando a la huelga general, en esta contienda para conseguir la igualdad de todas las personas, con independencia del género. Ser diversos no implica tratos desiguales, más aún cuando ésta diversidad representa una gran ventaja evolutiva para la especie humana.
Para miles de millones de mentes, el sistema patriarcal que explota, culpabiliza, asesina a mujeres, ha dejado de tener sentido, por injusto. Comprenden que el trabajo en el hogar o de cuidados, no remunerado, tradicionalmente adjudicado a la mujer, representa una parte esencial del sistema productivo capitalista. Y el ejercicio de este trabajo o labores supone un obstáculo insalvable para la participación de las mujeres en la vida social y económica, conllevando además la dependencia de otros.
Incluso accediendo al bien escaso del trabajo la mujer lo hace en condiciones leoninas: 3 de cada 4 contratos precarios son para mujeres, las media de la diferencia salarial hombre-mujer es del 23% y de las pensiones es del 36%. Y lo más contradictorio es que la mujer siempre tiene algo que hacer, no puede estar desempleada, aunque no cobre. Esta realidad permite al capitalismo en su conjunto abaratar los costos reales de la producción, ya que nada invierte, ni en la reproducción de la especie, ni en buena parte del trabajo que supone cuidar del mantenimiento de la fuerza de trabajo humana que precisa. Se impone que quienes acumulan la plusvalía, la riqueza que produce la economía, aporten al sostenimiento de todos los seres humanos lo que sea preciso. Más aún cuando estas gentes emprendedoras, a través de la robótica, que permite prescindir de buena parte del trabajo humano, han llegado a la conclusión de que, de momento, la especie humana solo les es útil como consumidora.
Cada 8 M se ha convertido ya en un punto más de apoyo reivindicativo para superar las desigualdades entre géneros que necesariamente conlleva la desaparición del sistema capitalista.
Fdo Rafael Fenoy Rico