Los sindicatos, los partidos y la lucha de clases. Por: Ángel Luis Jiménez

Cada día la clase trabajadora tiene menos conciencia de clase. El individualismo, el teletrabajo y la falta de enganche con los jóvenes dejan a los sindicatos ante un desafío histórico. Aunque los sindicatos de clase dicen que “donde hay organización sindical real, la extrema derecha no penetra”. Eso espero y deseo.

La conciencia de clase es un concepto marxista producto del capitalismo. En la sociedad capitalista la explotación es un dato objetivo. Sin embargo, no siempre los trabajadores tienen conciencia de dicha explotación. La conciencia de clase es la capacidad de los trabajadores de ser conscientes de su explotación por pertenecer a esa clase social, y de luchar en defensa de sus intereses.

La clase es un fenómeno unificador, pues se conforma en la medida que diferentes personas, con experiencias comunes, tienen la necesidad de sumar los intereses entre ellos frente a otros contrapuestos, los intereses del capital.

El sindicalismo se conformó como la expresión organizada de la clase trabajadora. 

Pero la conciencia de clase languidece, se diluye, debido a las transformaciones en la economía, y a las dos grandes crisis que hemos sufrido en menos de dos décadas. Cada día resulta más difícil hablar de esa conciencia, al menos en esos términos.

Además, en otros tiempos, el sindicato era omnipresente en los partidos de izquierda y en la sociedad. Ahora lo es menos. Por lo tanto, el concepto de clase marcado por la capacidad de vender la fuerza de trabajo y articular demandas a través de los sindicatos, se está volviendo difusa.

De hecho, la tasa de sindicación en España es del 12,5%. En Estados Unidos apenas llega al 6% en el sector privado. Sin embargo, la historia de la lucha obrera evidencia que sin sindicatos fuertes no existe prosperidad. O eso dice la OCDE. Menos mal que los convenios protegen al 80% de la población española.

En Europa, la tasa de sindicación en 2019 (últimos datos disponibles en los censos sindicales) de Islandia (90,7%), Dinamarca (67%), Suecia (65,2%) o Finlandia (58,8%) confirman que la conciencia de clases en la Europa del norte descarga algo de su fina lluvia de riquezas sobre la clase obrera a través del Estado de bienestar.

Pero el capitalismo del sur es diferente, y lleva tiempo ahondando y desarticulando el lazo político entre trabajadores, convirtiendo a los compañeros en competidores de los escasos trabajos estables. Es la mirra del neoliberalismo. Bajo este sistema es más difícil organizar a los trabajadores.

Hay un proceso de corporativización en la sociedad donde las decisiones son tomadas por las instituciones y no por los individuos. Y donde se tiende a defender solo lo más inmediato. En esta sociedad más individualista resulta complicado hacer sindicato. Además, se añade la poca capacidad de negociación tras la reforma laboral de 2012 y la escasa extensión de los sindicatos de clase en las pymes de España.

Desde luego, es complicado trasladar de una época a otra los sueños olvidados. Según sus datos CCOO tiene solo unos 980.000 afiliados, cifra similar a la de UGT. Pero es que, además, los trabajadores tienen cada día más miedo a exigir los derechos que por ley les corresponden.

El terror es una fuerza política poderosa. Los partidos de extrema derecha lo utilizan. La idea de que la derecha radical se come el espacio a la izquierda es algo que oscila por países. En España, las clases bajas siguen votando al PSOE, pero cada día menos, y ya se habla de un avance de Vox en el espacio rural.

En Andalucía obtuvieron en las generales de 2019 casi 900.000 votos.  Incomprensiblemente estamos ante una fuerza de atracción que desafía las leyes gravitacionales. Vox es el partido más transversal por edad y clases sociales, solo se le resiste el voto femenino.

Vox no sé por qué tiene enganche en los hombres. Pudiera ser porque su programa ideológico incluye la defensa y reivindicación de valores sociales tradicionales, incluido el papel de la mujer como sostenedora fundamental de la familia, y sobre todo por la desconfianza existente en la clase política.

Hay infinidad de sectores populares que se sienten maltratados por el sistema y su solución equivocada es Vox. Pero no se puede magnificar la participación de Vox en el movimiento obrero español como ocurre en Francia.

En cuanto a los empresarios, buena parte del empresariado español ve a los sindicatos como agresores por la concepción de cortijo de sus empresas. Un modelo autoritario y depredador que aspira a competir por la vía de pagar pocos salarios y tener empleos precarios. Ahí los sindicatos sobran.

Y es que la globalización ha traído beneficios, pero también ha generado brechas en muchos ámbitos de la sociedad, debilitando el pacto social. Si bien se hacen esfuerzos por cerrar esas grietas. Ahora, el diálogo social entre patronales y sindicatos es cada vez más frecuente. Pero corregir el impacto que han dejado dos crisis mundiales, será muy difícil.

Según Álvarez, secretario general de UGT, hace falta pedagogía. “Hay un problema muy serio y es que en las escuelas no existe ninguna asignatura que acerque a los estudiantes el valor de los sindicatos. La reforma laboral y cambiar el contrato temporal a indefinido no ha caído del cielo“, afirma.

Desde luego, la festividad de Primero de Mayo no se ganó para tomar el sol, sino para salir a las calles y crear conciencia de clase. Pero no se alumbran rayos de optimismo en el movimiento sindical, sobre todo, con la irrupción de opciones políticas de carácter ultraderechista, que pretenden ofrecer puertos seguros en mares crispados y sin mapas fiables.

De hecho, falsean viejas certezas dotándolas de una caracterización reaccionaria y opresora. Su forma de entender la patria, los roles de género, la homogeneidad racial y sexual, o la seguridad, nos pueden conducir a una sociedad odiosa, pero no distópica. El neofascismo se ha normalizado en España y en otros países. Y algo va mal en Andalucía cuando en las elecciones del domingo Vox recibió el apoyo de casi medio millón de votos.

Por: Ángel Luis Jiménez. 

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