IAM/ALJEn los primeros años de la Transición ocurrió un extraño fenómeno sociológico, las cofradías de Semana Santa comenzaron a resurgir de un largo periodo de letargo, por no decir de declive. Las cofradías se abrieron a la ayuda y la colaboración de cualquier persona para su pervivencia, sin mirar sus ideas o creencias. Cualquier mano era buena y bien recibida en aquellos años. Las cofradías estaban abiertas como el país, al renacer democrático que estábamos viviendo. Y para muchos ciudadanos era una respuesta a su necesidad de pertenecer a un colectivo, de sentirse participe de algo y de tener un determinado papel en su comunidad en una festividad tan nuestra como había sido por cultura y tradición la Semana Santa. Tenía mucho que ver con la necesidad de afianzar la identidad del “yo” en un mundo donde los lazos y las raíces se habían debilitado con el franquismo, y por eso cada vez más necesitábamos sentirnos parte de un “nosotros”. En esos años la postura oficial de la Iglesia era desentenderse de las cofradías, pero ante la agudización del laicismo, llegaron a la conclusión de que en ese ámbito había muchas personas con un grado de adscripción religiosa diversa, pero importante para sus fines. Lo religioso y lo identitario no son dos planos enfrentados, aunque tampoco se pueden confundir como hace a veces la Iglesia. Por eso desde los años ochenta en una “operación rescate” la Iglesia oficial intenta presentar a las cofradías como uno de sus poderes, también en términos demográficos. Pero debe tener cuidado de no considerar que todo el que participa, todo aquel para quien es significativo este fenómeno, mantiene una posición como la que le gustaría a la jerarquía católica. Ni tampoco las cofradías son siempre sumisas para adoptar los papeles que en cada momento le asigna por su conveniencia la Iglesia, aunque no me cabe duda que las cofradías y sus rituales son parte de ella. La Semana Santa habría que entenderla desde una perspectiva plural, no sólo religiosa ni festiva. Porque fenómeno tan complejo y rico como éste, solamente pueden entenderse desde una perspectiva plural. Lo cual no significa, de ninguna manera, quitar importancia a ninguna de sus dimensiones. La Semana Santa sobre todo en Andalucía, es un fenómeno vivo y, por lo tanto, sujeto a continuas refuncionalizaciones y resignificaciones. Si no fuera así, sería un museo que sale a la calle. La Semana Santa en Andalucía sigue siendo un fenómeno vivo y no se pliega a ningún poder, porque se adapta a los tiempos y a los cambios de la sociedad en la que vivimos.