Se llamaba Emilia Fernández Anes y es una de las miles de personas mayores que han muerto en residencias durante la emergencia del coronavirus.
Falleció con fiebre y problemas respiratorios abruptos, aunque en su caso no se llegó a confirmar que estuviera infectada por el virus. Pero eso ya poco importa ahora.
Memi, como la conocía todo el mundo, se fue el lunes 13 y no pudo ser enterrada hasta el viernes 17 en el nicho familiar de Montjuïc. La última vez que su familia la vio fue a través de una llamada por Skype, dado que desde el 14 de marzo se restringieron las visitas familiares a centros residenciales.
Su sepelio solo pudieron presenciarlo dos operarios y José Luis y Juan Norberto Rovirosa, sus dos hijos, uno con mascarilla y el otro sin, que hicieron una excepción y se regalaron un abrazo.
“La tragedia de este virus es que la gente se muere sola. No pude ni cogerla de la mano”, explica a EFE José Luis.
Ya hacía tiempo que Memi tenía la cabeza en otro sitio debido a una demencia senil implacable que, al menos, le impidió ser consciente del dramático panorama que la rodeó en sus últimos días de vida.
La residencia Vallbona informó el viernes 10 a las familias de que uno de los mayores había muerto posiblemente por coronavirus y otros nueve estaban aislados.
Unas cifras que el pasado viernes, 17 de abril, ya habían ascendido a tres muertes por COVID-19, otra también sospechosa pero no confirmada, seis positivos ingresados en hospitales, 16 infectados aislados en la residencia, 13 mayores confinados preventivamente y seis profesionales con el virus.
Explica el nieto Pol lo “frustrante” e “impotente” que resulta tener que despedir a un ser querido, como lo fue su abuela, encerrado en casa y con la única compañía familiar de alguna videollamada.
Sus allegados echan de menos decir adiós como se debe a Memi y lamentan no haber podido compartir el duelo, así que ya están planeando juntarse cuando todo esto acabe para rendirle homenaje.
Memi nació en 1924 en La Línea de la Concepción (Cádiz) y se mudó con su familia a Barcelona, ciudad a la que la Ford destinó a Norberto, su padre. Norberto fue asesinado el 22 de julio de 1936, todavía no ha quedado claro por qué razón, pero su muerte debe enmarcarse en el inicio de la Guerra Civil y parece que su posición en la empresa algo tuvo que ver.
Gracias al pasaporte británico que ostentaba y a que el Gobierno de ese país fletó un barco para sacar a sus compatriotas de Barcelona, Memi pudo pasar el resto de la guerra con su madre en Gibraltar. Silenciadas las balas, volvió a la capital catalana.
Ya casada con Joan, dejó de trabajar (fuera de casa) mientras su marido se esforzaba para que su empresa de fabricación de platos y vasos de papel funcionara.
Así siguieron las cosas hasta que en 1975 el matrimonio abrió el Marc’s Entrepans en el distrito de Horta-Guinardó, un verdadero referente en los bares de bocadillos, y, una vez retirado, disfrutó el tiempo de vida que le quedaba por compartir en L’Ametlla del Vallès (Barcelona).
José Luis todavía recuerda cómo con más de 80 años Memi se subió un día a todas las norias del Tibidabo ante las reprimendas de los trabajadores del parque temático o rememora esa noche de uno de esos últimos veranos en la que a las dos de la madrugada todavía se bañaba en el mar.
“Una mujer que disfrutaba de muchas cosas”, de la lectura y de pintar al óleo, y a la que el virus es el principal sospechoso de haberle robado la vida en poco más de 24 horas.