TCAM/redaccion
Pasado unos días puedo reflexionar con mayor perspectiva sobre la horrenda matanza en la escuela de Sandy Hook, en Newton, Connecticut.
Último episodio de una cadena sin fin que es necesario prevenir. En Estados Unidos, las armas de fuego producen 30.000 muertos anuales, de las cuales 14.000 son suicidios. No cabe duda, la menor duda, para cualquier ciudadano sensato que son necesarias acciones significativas y además inmediatas para prevenir nuevas tragedias derivadas de la posesión masiva de armas. Son más de 300 millones de armas en manos privadas, fruto del miedo a los otros fomentado en la sociedad, la desconfianza con la seguridad del Estado y el culto a las armas de la derecha americana. Espero que los estadounidenses hayan entendido ya, que el derecho a poseer armas de fuego no proviene de Dios ni está inscrito en la naturaleza humana. Vivimos en una sociedad enferma con crímenes como los de Newton o los de Oslo hace un año. El asesino de Newton es culpable de un delito terrible. Pero también la sociedad occidental viene fabricando, últimamente, demasiados casos de muchachos excluidos, habitualmente maltratados digital o físicamente, que al final revientan o se rinden. Véanse los casos de adolescentes americanos o europeos víctimas de acoso de sus compañeros, que para acabar con su sufrimiento social decidieron suicidarse. Según la Organización Mundial de la Salud, la tasa global de suicidios aumenta cada año hasta un 60% en los últimos 45 años. Estos crímenes deberían ayudarnos a cuestionar la sociedad enferma en la que vivimos. Y plantearnos que debemos hacer algo más de lo que hacemos para cambiarla.