Un legislatura raquítica, dilatoria y obstruccionista. Por: Ángel Luis Jiménez

IAM/ALJ En esta perdida, fútil e insufrible legislatura, el partido de Rajoy se ha centrado solo en terminar lo que le quedaba por reformar, ajustar o recortar, olvidándose totalmente de planificar, programar o hacer como acción de gobierno.

 

El Congreso no es que se mueva con lentitud, es que parece una escultura de hielo, pese a la mayoría relativa conjunta del Partido Popular y Ciudadanos. Mientras al país se le acumulan las dificultades, la política, que debería ser la solución, se ha convertido en el verdadero problema. Y Cataluña, nuestra mayor preocupación, se la han endosado a los jueces. La XII legislatura de nuestra democracia es un caso insólito desde que comenzó el 19 de julio de 2016. El Congreso de los Diputados, según sus datos informativos, ha aprobado modificaciones menores en 3 leyes orgánicas, 13 leyes de obligadas transposiciones de directivas europeas, y 21 decretos leyes, de los que 7 tienen su origen en la Unión Europea. En el mismo periodo de tiempo, los distintos grupos de la oposición han presentado 233 iniciativas parlamentarias de las que 87 han sido declaradas no admisibles o se han retirado. De las 146 restantes, 37 están a la espera de que el Gobierno conteste algo; 60 están en proceso de “toma de consideración”, lo que significa que todavía no han pasado por el pleno y recibido luz verde, y 44 han pasado a una comisión donde están en periodo de enmienda, periodo que el PP con la ayuda de Ciudadanos prorroga y prorroga. Todo esto ocurre bajo la presidencia de Ana Pastor, diputada del PP, cuya función está muy clara: “barrer para casa” y sacar de apuros puntuales al presidente del Gobierno o a su partido. No existen precedentes de un titular de la Cámara que haya consentido ese bloqueo de la institución o este entorpecimiento del trabajo parlamentario. No es posible que los plazos de presentación de enmiendas se prorroguen hasta 50 veces, porque entonces un instrumento previsto para mejorar el articulado de una ley se convierte en una maniobra dilatoria, de puro obstruccionismo parlamentario. Y eso son palabras mayores. Así que tenemos un Parlamento cada vez más decorativo a la par que ruidoso, cuyo único fin consiste en escenificar desacuerdos, representar agravios y alimentar el espectáculo. Política sin acción que ha convertido el Congreso en un circo mediático, en el que cada uno de los actores políticos aparece atrapado por el rol al que le empuja, una distribución de papeles donde el mayor incentivo consiste en sobresalir en las encuestas. Todos compiten por ver quién sale mejor retratado y cómo les va a los demás.  Sin duda estamos ante un proceso de ajuste del nuevo sistema cuatripartito, y ante una desquiciada carrera por ver quién accede a la hegemonía en su campo respectivo, la derecha y la izquierda. A quién se le otorgará el beneficio de quedar el cabeza, el bonus más ansiado.  El PP no hizo sus deberes en Cataluña, prefirió, como ya se ha apuntado, externalizar el problema a los tribunales. Tampoco supo prever, que lo malo de las crisis son las postcrisis. Por su parte Ciudadanos, al que su éxito catalán le ha dado alas demoscópicas, se encuentra en plena incongruencia de estatus. Ignora si es apoyo del Gobierno o parte de la oposición, y esta situación obliga a su líder a optar más por el ataque a unos y otros que por la componenda.  Algo parecido a lo que le ocurre al PSOE, que ha pasado de facilitar la gobernabilidad a convertirse en uno de sus mayores impedimentos. Y ahora compite con Podemos por ver quién puede instrumentalizar mejor estos movimientos o exhibición de masas (pensionistas y feministas), aparentemente transversales, que inundan las calles. Para Podemos, el más afectado por la crisis catalana, esto es lluvia benéfica en medio de su actual desconcierto interno. Pero tampoco parece que sea capaz de canalizarlo, como compruebo en Algeciras. Dice el politólogo Fernando Villespín que a nuestros actuales políticos les encaja como un guante el epíteto que Donoso Cortés reservara para los políticos de su época, la “clase discutidora”. Como decía el pensador extremeño, cuando “el mundo no sabía si irse con Barrabás o Jesús”, la lucha existencial entre catolicismo y el ateísmo de Proudhon, van los parlamentarios y “montan una comisión”. El caso es no decidir y diluir todo activismo político en una discusión perenne. No sé si la solución está en los nuevos populismos, que tienen mucho de medicina y veneno. Pero algo habrá que hacer para sacar al parlamentarismo de su largo sopor. Y no hay otra, ni mejor, solución que nuevas elecciones.

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