Por: Ángel Luis Jiménez.
Brexit es la palabra clave para explicar el declive del Reino Unido, aunque no sea tan simple. Lo mismo ocurre cuando queremos explicar cualquier acontecimiento o tendencia importante con una sola palabra. Lo cierto es que el Brexit prometido a los ciudadanos británicos no tiene nada que ver con el Brexit que tienen.
El referéndum del 23 de junio de 2016 fue uno de esos momentos en los que un país elige su propio destino. Pero hasta ahora se ha comido a cuatro primeros ministros, David Cameron, Theresa May, Boris Johnson y Liz Truss, y el quinto ha llegado esta semana y no sabemos cuánto tiempo durará. Cinco primeros ministros en seis años, cuatro ministros de economía en cuatro meses. Sobre este tipo de cambios siempre solían hacer bromas los conservadores ingleses en relación con Italia.
El desorientado partido conservador va capeando su etapa post Brexit sacrificando primeros ministros y ministros de economía para aplacar sus frustraciones. En el caso de Liz Truss ni se sabe bien quién la defenestró, si fue el partido o los mercados. ¡Qué maravillosa incongruencia! Una fanática thatcheriana liquidada por aquellos a los que decía servir.
Gracias al Brexit, Boris Johnson y Liz Truss, los europeos no solo hemos asistido al hundimiento de la economía británica, sino también al de su reputación mundial. Ya nadie se toma en serio al Reino Unido como antes, porque estos son tiempos serios que requieren Gobiernos serios. Y los tories con su caos político y su tremendo viaje a lomos del Brexit, no pueden proporcionar un gobierno serio.
Tampoco mejora la situación si cruzamos el canal. En Alemania nos encontramos con una curiosa tricefalia, donde el embrujo inicial de Scholz se desvanece y apenas consigue coordinar un Gobierno polífono al que la crisis de Ucrania le ha cambiado radicalmente el paso. En la Italia posfascista, uno de los potenciales apoyos de Meloni, el inefable Berlusconi, se encarga de piropear a Putin y acusar a Zelenski de haber llevado a su país a la guerra.
Francia renquea con un presidente al que hacen la pinza los populista de derechas y de izquierdas. Unos y otros, le hacen abrazar tesis extremas, junto a los sindicatos que se le sublevan al anunciarse los primeros sacrificios. Y en España, una parte del Gobierno de coalición se posiciona contra todo aumento del gasto militar y está todavía por condenar la agresión de Putin a Ucrania.
Se supone que con estos mimbres hemos de enfrentarnos a lo que quizás sea la mayor crisis -en todas sus dimensiones- desde la II Guerra Mundial. Si el objetivo es salir de ella con una nueva Europa y un Occidente fortalecido, los augurios no son muy favorables. También conocemos la situación al otro lado del Atlántico, con una fractura política radical que escinde al país en dos partes irreconciliables.
Y, ojo, el problema no solo es de ausencia de liderazgo, sino también de ideologías políticas vertebradoras. A la sempiterna crisis de la socialdemocracia se une ahora el desconcierto discursivo del bando conservador, cada vez más propenso a caer en veleidades populistas. Así estamos, huérfanos de liderazgos y visiones. Algo que siempre suele ir unido.
Con todo, la cosa cambia si observamos las imágenes del Congreso del Partido Comunista chino y su entronización de Xi Jinping, con esa estética geométrica tan norcoreana de sumisión al líder, o si pensamos en la estructura de poder de Rusia. Porque podremos estar fracturados, dubitativos, renqueantes o lo que ustedes quieran, pero esto no deja de ser el producto de nuestro bendito pluralismo y del ejercicio de la libertad.
Desde luego, el pluralismo y la libertad serán más o menos convenientes para la gobernabilidad o la eficiencia económica, pero lo verdaderamente importante es la resilencia de nuestras democracias. Ahí, en sus principios, está el cemento que nos une. Si eso se disuelve, tendremos problemas de verdad. Pero, espero que no sea así.