Si se quiere coger fuerza y tener seguridad en uno mismo, siempre hay que volver a las raíces. Para florecer en la vida hay que ser fieles a ella. Rechazar nuestras raíces es rechazarnos a nosotros mismos y a nuestros orígenes. Por eso, yo siempre me siento y vuelvo a este cruce de caminos que es el Campo de Gibraltar y el Estrecho.
Pero, en vez de raíces, podemos hablar también de nostalgia, cuyo significado tiene una doble acepción en el Diccionario de la Lengua Española: la primera, bastante específica, se refiere a la “pena de verse ausente de la patria…”; la segunda, atópica e intemporal, alude a la “tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”.
Ante una realidad que se desmorona y arrastra cuanto tuvimos, es esta última acepción la que me interesa. Dicen los expertos que esa nostalgia del pasado es la de peor pronóstico. Jamás se cura porque se alimenta permanentemente de la excelencia inobjetable de lo idealizado. Mal haríamos, pues, en sucumbir a su falso e hiriente dulzor.
Por el bien de nuestra propia cordura, hay que olvidar, y rápido, los años de vino y de rosas, el sol que se puso y el azul de nuestra Bahía que se griseó. Es momento para la valentía, para encajar, por pésimas que sean, las cartas que entren y jugarlas con la vertiginosa pasión de quien se sabe todavía vivo y con esperanza.
Cada coyuntura trae su oportunidad y pronto, muy pronto, nos encontraremos en una encrucijada concluyente. Pero, el poder no pertenece a la derecha, como cree el PP. El futuro sigue siendo nuestro. Más allá de cantos enfermizos y paralizantes de sirenas ucrónicas, el reloj avanza. Sus manecillas, tenazmente palpitantes, continúan buscando un soplo de armonía, porque el progreso es un continuo.
Las civilizaciones se derrumban y los Estados se colapsan, y esos logros civiles que son los conocimientos pueden quedar sepultados por un océano de tinieblas retrógradas. Me temo que hoy estamos sufriendo en todo el mundo una de esas olas reaccionarias. Debemos prepararnos para sobrevivir, para mantener lo conseguido, para seguir sacando la cabeza sobre la sucia espuma, porque la política del odio sigue vigente. Y, desgraciadamente, la vieja España no ha muerto.
No olvidemos que toda reacción empieza con un ataque contra las mujeres, porque los cavernícolas siempre aspiran a reinstaurar el machismo más arcaico. No hay más que ver los anuncios donde Vox tira a la basura el feminismo y la bandera LGTBI. Hay que luchar contra el odio, la violencia y el horror que se nos está echando encima. Y eso pasa por descubrir sus mentiras y engaños. Otra es votar contra ellos, obviamente.
Así que, no sirve de nada, ni servirá, girar el rostro y mirar hacia atrás. Tampoco acurrucarnos, apenados e indolentes, en los ilusorios pliegues de una mortal melancolía. Nos queda tiempo. Y convendrá encararlo con la mente despierta, los fantasmas encadenados y las esperanzas abiertas. Y ya hablará el pueblo el 23 de Julio.
3 respuestas
El único culpable de que yo ahora no piense en votar más al PSOE es Pedro Sánchez y su empeño en gobernar para los que no lo votan que son los independentistas y Bildu y le aseguro que no voy a tener nostalgia ni nada parecido.
Señor Jiménez no estaría mal que en su periódico le dieran voz a otro del bando contrario para que así no parezca esto un panfleto del PSOE
Es muy necesario cambiar nuestra ley electoral para evitar lo que nos ha pasado en esta legislatura que ahora termina: partidos minoritarios dictan sus órdenes al partido que “oficialmente” ostenta la presidencia del gobierno. Esos partidos minoritarios además son extremistas, tanto por un lado como por el otro. La sensatez, más o menos centrista, que antaño encarnaba la virtud principal de PP y PSOE, que de forma alternante rigieron el gobierno de nuestra nación desde la transición hasta 2018, se nos hace imprescindible para la mayoría social española. Las minorías han de ser respetadas en democracia, es obvio, pero no tienen derecho a decidir el devenir de nuestro país.