La ciudad: Por Juan Carmesí

Su definición y estética obedecen a un cúmulo de decisiones, tomadas en el trascurso del tiempo por sus habitantes, que han terminado por configurarla como en la actualidad la conocemos. Aunque no debemos ignorar las circunstancias geográficas, estratégicas o socioeconómicas y mucho menos las históricas y políticas que han condicionado la toma de estas decisiones. No cabe la menor duda que en cada una de ellas, para bien o para mal, se ha dejado sentir la voluntad, el interés y el grado de implicación de sus ciudadanos. Podríamos decir que la ciudad es en esencia un gran espejo acaparador del tiempo que muestra al desnudo las grandezas y las miserias de su colectividad, reflejando de forma indeleble su actitud y aptitud ante las ideas y los conceptos.

Existen ciudades, grandes o pequeñas, que ofrecen un imagen refinada, culta y bien proporcionada, en la que puede llegar a sorprendernos su previsión y desarrollo. A través de ella podemos imaginarla sensible e identificada con su hábitat. Una imagen que se proyecta en lo cotidiano, en el uso de sus espacios públicos, comerciales o culturales, donde residen, desarrollan su actividad y emplean su tiempo de ocio los que en ellas moran. También apreciamos claramente el sentido de la propiedad, el uso en lo colectivo y como generación tras generación se han esforzado en mantener lo heredado y aportar su buen hacer en su desarrollo, su planificación y su mejora estética. Igualmente nos permiten observar su adaptación a nuevas necesidades, cuidando escrupulosamente su historia, como parte inseparable que es de cada una de ellas, a la vez que un exquisito cuidado en la ejecución y diseño de cada una de sus actuaciones.

Por el contrario existen otras ciudades, las que más, que reflejan la dejación, la apatía y la abulia de los que la habitan y la improvisación y descuido tanto de ellos como de sus gestores. Entre estas se encuentra la nuestra, una ciudad a la que la historia y el tiempo no la marcaron con el marchamo de la buena suerte. Un cúmulo de desgracias y despropósitos la han maltratado en su intermitente historia. Posiblemente su juventud aún no le otorgue el porte suficiente y en sus escasos trescientos años de su nueva etapa, no haya conseguido la identificación necesaria de sus ciudadanos; bien por su orfandad de abolengo, las notables carencias en su estructura social, o ¿ porque el estigma de la mala suerte tiene previsto ceñirse sobre nuestras cabezas hasta el fin de los tiempos.?

Pienso que no. Que una, no nueva pero sí más numerosa, estirpe de Algecireños, nativos o de adopción, se suma a las que les han precedido en el objetivo de mejorarla y dignificarla, sabedores que ellos, y solo ellos, desde su actitud y aptitud personal ante las ideas y los conceptos, pueden y deben aportar la ración de civismo suficiente para que valga de referente a futuras generaciones que posiblemente sientan la satisfacción de pertenecer a esta ciudad.

No señores, el hada madrina no vendrá esta noche, ni ninguna noche, quien quiera una ciudad distinta y mejor, que la use y la dignifique en la medida de sus posibilidades, como hace todo hijo de vecino que se precie. No repita tópicos y actúe. No solo la caridad, también la calidad bien entendida comienza en uno mismo. Úsela, dedique parte de su tiempo a amarla, a conocerla, haciendo que prevalezca sobre sus carencias lo mucho de positivo que en ella puede encontrarse. A buen seguro encontrará que lo que verdaderamente le falta es a usted mismo participando de ella en infinidad de ocasiones. Llénela de vida, no la desprecie, frecuéntela y eleve su autoestima ciudadana en el sano ejercicio del cambio. Le sorprenderá lo poco que en ella echa en falta, y como casi todo vendrá por si solo, enseguida, viéndola pujante como a muchas ciudades de su rango. No somos especiales, más bien hemos sido vulgares y digo hemos sido, porque afortunadamente algo esta cambiando, al menos en muchos de nosotros que apostamos fuertemente por nuestra ciudad, ya que después de haber visto y palpado el pulso de otras muchas ciudades, tenemos el convencimiento de no ser tan distintos a otros que sienten el humilde orgullo de pertenecer a ellas.

Permítanme un consejo, aporten su civismo. Tal vez con este, podamos aplicar las dosis necesarias para paliar esta anemia cívica que nos corroe.

Juan Carmesí

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