El 28 de febrero de 1980, los andaluces como pueblo expresaron su voluntad unánime e inequívoca de tener una autonomía plena frente a los que no aceptaron y siguen sin aceptar que somos una nacionalidad igual que las que se acogieron al artículo 151 de la Constitución. En esa estamos otro 28 de febrero, 44 años después.
Como andaluz pienso que todo hombre puede jugar a ser cosmopolita, pero, sin duda, siempre tendrá su mente, su corazón y su palabra bien afianzados en lo local. Las elecciones autonómicas van sobre todo eso, y más en una sociedad plurinacional como la española, porque se trata de hablar y decidir sobre un nosotros siempre más restringido. Pero, ¿cuándo se desarrollará plenamente el Título VIII de la Constitución?
Decía el filosofo Montaigne: “No podemos traicionar la relación pública que tenemos mediante la palabra. Porque es el único instrumento mediante el cual se comunican nuestras voluntades y nuestro pensamiento, es el portavoz de nuestra alma: si llega a faltarnos esa palabra, dejamos de conocernos entre nosotros y disolvemos los lazos de nuestra sociedad”. Así está ocurriendo ahora en Andalucía.
Si me fijo en las elecciones gallegas, ese hablar y decidir sobre el nosotros, no se ha dejado subsumir fácilmente bajo nuestro clásico izquierda/derecha o nacionalismo/españolismo. El liderazgo de Ana Pontón del BNG y sus políticas sociales, renovadoras y portadoras de cambio han incorporado una dimensión nueva, aún inexplorada, como es el eje cercanía/lejanía, que han mejorado los resultados del nacionalismo gallego a costa de votos socialistas.
En cada elección autonómica o local de un Estado plurinacional como el nuestro, se debería tener en cuenta la propia letra pequeña, la contextualización particularista. Y por tal no solo entiendo los problemas específicos de la tierra en cuestión, sino algo más, algo que a falta de mejor término definiría provisionalmente como cercanía, proximidad.
Por muy arraigados que estén en el territorio los partidos nacionales, PP y PSOE, a nadie se le escapa que instrumentalizan sus campañas autonómicas con intereses lejanos. Y por supuesto con el clásico izquierda/derecha, aunque haya sido atenuado en las elecciones gallegas. Los resultados les importaban a ambos partidos por su impacto sobre la política nacional. Entre otras razones, porque así lo evaluamos todos.
El resultado del BNG, y el liderazgo de Ana Pontón, en estas elecciones gallegas se explican sobre la ruptura de esa inercia. Su voz suena a las voces de casa que buscan hacerse oír también hacia afuera. Las de los demás se perciben, por el contrario, como “lejanas”. Yolanda Díaz o Núñez Feijóo serán gallegos, pero ya no están en la política gallega.
Vivimos en un mundo cada más interdependiente, pero con dos poderosas dinámicas en colisión. ¿Cuántas dimensiones espaciales somos capaces de integrar? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a sacrificar lo particular en nombre de lo más general? Yo me considero de los anywheres, de los de todas partes, aunque con fuertes raíces andaluzas. Pero en el fondo soy un ingenuo, porque sin un “poder andaluz” que defienda los intereses de nuestra tierra poco tenemos que hacer los andaluces para evitar nuestra secular explotación. Recuperemos el espíritu del 4D y el 28F. Es una necesidad