Cuando escribo de economía, política o religión, me preocupa que se me entienda, porque, desde mi punto de vista, es en definitiva lo que atañe de forma directa a la inmensa mayoría de la gente. Foto Alan Greenspan
Por eso mismo, me llama la atención que ese sea el sambenito para los economistas, que se les entienda cuando escriben o hablan de lo suyo. Debería ser lo contrario, que cualquiera pudiera decirles “mire, le he entendido”, después de una conferencia, un artículo o cualquier intervención.
Porque la mayoría de la gente dice no entender a los economistas, ya sea cuando hablan como expertos o como responsables de la política económica de los gobiernos o de los bancos centrales. Se les acusa de ser opacos y herméticos en su discurso económico. Quizás donde esta opacidad y hermetismo alcanza mayores cotas es en el lenguaje de los bancos centrales, cuando en ciencia o economía si no tienes explicación no tienes nada.
Una muestra de lo que digo es una anécdota que se cuenta de Alan Greenspan, influyente presidente de la Reserva Federal – el banco central de los Estados Unidos – entre 1987 y 2006. En una rueda de prensa una periodista le interpeló diciendo: “De sus palabras entiendo que la Reserva Federal va a aumentar los tipos de interés”. A lo que Alan Greenspan respondió: “Si usted me ha entendido es que no me he explicado bien”.
Esta opacidad y hermetismo del lenguaje de los economistas probablemente puede explicar la creciente desconfianza en sus opiniones y propuestas sobre políticas y reformas. Así también ocurre con la clase política. Esta desconfianza tiene efectos perniciosos sobre la eficacia de las políticas en general, el funcionamiento de la economía en particular y, más allá, en la confianza en la democracia.
Algo de eso es lo que está ocurriendo en España, donde da igual que se lleve tres años creciendo a un ritmo muy superior al del resto de la Unión Europea. Da igual que España haya sido la gran economía que más creció en el mundo en 2024, según el análisis realizado por la OCDE, el FMI y la Comisión Europea. Da igual que un factor esencial haya sido el bajo precio de la energía, en términos relativos, gracias a la excepción ibérica que el Gobierno consiguió presionando a la UE, aunque el PP lo llamara “el timo ibérico”. Qué se puede esperar del PP y sus economistas, si para ellos España se va por el retrete. No entiendo nada.
Para que las instituciones democráticas continúen contando con el apoyo de la opinión pública, deben ser capaces de solucionar los problemas de la gente y que se entiendan las soluciones. Ese es el elemento esencial del debate. También hay que refutar a los profetas de la catástrofe que sostienen que España se cae a trozos y que sólo se salvará con mano dura. Son los que agitan el resentimiento social y buscan crear enemigos entre los grupos más vulnerables, empezando por los inmigrantes. Este país es mucho mejor de lo que dicen sus falsos defensores, sean políticos o economistas. que nos hicieron aceptar para nuestra desgracia las políticas de austeridad impuestas por Alemania tras el crash de 2008.
Porque la elección de equilibrios socialmente deseables entre objetivos en conflicto no es una cuestión tecnocrática, que puedan decidir los economistas. Son equilibrios que han de responder a las preferencias de la sociedad, donde lo mejor es enemigo de lo bueno. Para tomar esas decisiones sobre objetivos socialmente deseables, pero en conflicto, como son el crecimiento y la sostenibilidad medioambiental, necesitamos sociedades informadas.
En España, los economistas y centros dedicados a predicción económica se han equivocado sistemáticamente al predecir la evolución positiva de la actividad económica y el empleo. Los errores son muy elevados, del orden de uno o dos puntos del PIB. Incapaces de explicar las causas de estos errores de predicción, hablan de “sorpresas positivas”, un eufemismo para ocultar su incapacidad.
Esos errores no se producirían si se tuviese en cuenta los sentimientos de “confianza” y de “justicia” que en el comportamiento de los hogares y las empresas introdujeron las medidas de reparto equitativo de los costes de la crisis económica de la pandemia, como fueron los ERTE, y el diálogo social entre sindicatos y empresarios para aprobar la reforma laboral de 2022 y el Acuerdo sobre Empleo y Negociación colectiva salarial de 2023. Y, ahora, en 2025, con la jornada máxima legal de trabajo a 37,5 horas semanales.
Dicho lo dicho, mi optimismo acerca de que los economistas sepan hacer mejor su trabajo en el futuro es moderado. El lenguaje opaco y hermético y las actitudes desdeñosas e insensibles hacia las preocupaciones de las personas siguen estando muy arraigadas en los economistas de “primer nivel”, que son los que ocupan las posiciones más influyentes en las principales universidades, en los organismos económicos nacionales y en el asesoramiento a los gobiernos. Esperemos que a fuerza de errores acaben haciendo mejor su trabajo: logrando que la gente les entienda y confíe en ellos. Dios lo quiera