La movilización política de la España vacía reta a la política actual. Una España que más que vacía de población, que también, está vacía de oportunidades y de inversiones necesarias. Así ocurre en el Campo de Gibraltar con su falta de infraestructuras de transportes por carretera y ferrocarril.
La polarización entre lo urbano y lo rural está recuperando la importancia que tuvo en el siglo XIX, cuando se constituyeron organizaciones políticas para defender los intereses de agricultores y terratenientes ante la lógica centrípeta y urbanizadora que imponían los regímenes liberales.
A inicios del siglo XX, aquella división política fue desplazada. La generalización del sufragio universal por la irrupción de la clase obrera en la batalla electoral y la consecuente creación de los grandes partidos favoreció la nacionalización de la representación política en detrimento de lo local, comarcal o provincial.
En este siglo la polarización entre lo urbano y lo rural recupera importancia en el mundo democrático a medida que la clase social pierde fuerza movilizadora. Pero esta vez obedece a razones diferentes, que algunos identifican con la incapacidad de nuestros modelos de representación, basados en una concepción urbana de lo público, para integrar adecuadamente las necesidades de los ciudadanos.
Este fenómeno adquiere formas idiosincráticas en cada país, pero con rasgos comunes en la mayoría de ellos. En España tiene rasgos peculiares, porque la España vaciada no se refiere solo a la España rural, sino esencialmente a aquella que mira e interpela a Madrid, como ocurre con el Campo de Gibraltar y otras zonas olvidadas de este país, que también son observadas por la capital.
Aunque exista el precedente de Teruel Existe, no es difícil encontrar razones para el escepticismo comenzando por las exigentes condiciones que establece el sistema electoral para las provincias menos pobladas. Tampoco los precedentes históricos acompañan porque hasta ahora han sido escasas las candidaturas provinciales en el Congreso o en los parlamentos autonómicos al margen de los partidos nacionales.
Y no es precisamente por la ausencia de fuerzas regionalistas andaluzas, extremeñas, manchegas, castellanas, leonesas y demás, sino por su débil implantación. En esa perspectiva, el fracaso del Partido Reformista Democrático en 1986 nos recuerda que la suma de varias candidaturas locales a nivel estatal no multiplica sus apoyos: estos siempre acabarán dependiendo de su peso específico en cada circunscripción.
Está claro que la España vaciada u olvidada nunca vendrá a remplazar a la España periférica en las instituciones. Su única expectativa real es acentuar la fragmentación: rebañar escaños a PSOE, PP y Vox para hacer más complicada la gobernabilidad. Ese es su contrapunto más significativo: quizá la respuesta más efectiva no provenga de mayorías parlamentarias cada vez más atomizadas, trabadas con el pegamento de prometidas inversiones territoriales, que luego a menudo no se aplicarán, sino sobre una concepción más plural de las instituciones del Estado, comenzando por la capital.
En el sistema electoral español, una candidatura local con suficiente implantación en su circunscripción puede obtener, con un número relativamente escaso de votos, un diputado dispuesto a defender sus demandas específicas en el Congreso de los Diputados. El éxito de Teruel Existe y su imprevista relevancia para decantar la votación de la investidura de Pedro Sánchez ha sido el modelo que inspira otros movimientos en marcha (Jaén, Soria, León o Cáceres), que buscan un mismo objetivo: cobrar relevancia política a través del altavoz del Congreso de los Diputados, porque si no estás en el Congreso, en Madrid, no existes.
Algunos expertos subrayan la deformación de la función representativa del Congreso que suponen estas candidaturas, porque su lugar natural debería ser el Senado como Cámara de representación territorial. Pero el Senado sigue sin cumplir la función para la que fue diseñado, sin que existan condiciones políticas para su urgente reforma. Mientras su papel siga siendo marginal o políticamente irrelevante, como es ahora, las zonas de España que se han sentido desatendidas o abandonadas seguirán aprovechando legítimamente las posibilidades del sistema para hacer oír reclamaciones propias, aunque el Congreso de los Diputados no sea el lugar concebido originariamente para ello.
Así que, cuándo un partido o una coalición electoral en el Campo de Gibraltar, que sea un soplo de aire fresco, dispuesto a cambiar su papel secundario en la provincia de Cádiz, Andalucía y España. Un partido abierto a la sociedad campogibraltareña capaz de recuperar las riendas de su propio destino. Un proyecto electoral que aspire a ser una llamada a la acción y una condena a la resignación, un toque de atención colectivo, plural e integrador, que además se adapte a los tiempos actuales, y con un desarrollo rico y diverso que es lo que la Comarca se merece y demanda, porque el Campo de Gibraltar también existe.