Algeciras no te escondas: Nada tan real

Aquel sacerdote de lo sobrenatural le explicaba que otros lugares irradian otras formas de energía y que sólo tenía que encontrar aquella que pudiera curar el mal que ella padecía. Inmediatamente pensé que aquella mujer tenía que probar suerte en Algeciras. La energía mágica que nuestra ciudad irradia no es exclusiva de Al-Yazirat, se origina a partir de varios epicentros repartidos por todo el Campo de Gibraltar; no olvidemos que una de las maravillas de Algeciras es la comarca de la que forma parte. He detectado una de esas invisibles fuentes de energía en un punto concreto de la playa del Rinconcillo, más o menos donde las pequeñas barcas de madera descansan sobre la arena. Otro de esos epicentros se encuentra camino de Pelayo, al enfilar la carretera de Tarifa (donde hay varios epicentros más). En el Parque del Centenario hay otro, concretamente en el mirador de la terraza de su bar-cafe/centro cultural.Pero hay más, por ejemplo, en un punto de la autovía desde donde se divisa aquella atractiva “favela”, formada por mil casas únicas y exclusivas que le dan al barrio un toque de caos organizado en el que cada construcción parece contar la historia de una familia, un mirador desde donde García Márquez hubiera escrito mil versiones de “Cien años de soledad”. Pues hay un edificio donde parte de esa energía, adherida a las auras de las personas que habitamos esta mágica comarca, se va depositando. Conforme entramos en él, la energía se expande por el espacio, sin esquinas ni columnas, hasta quedar almacenada en el interior de su peculiar cúpula. La energía, ni se crea ni se destruye, se transporta. Sólo hay que ir al Mercado de la Plaza a recoger un poco.Así que, aprovechando esta tregua que la climatología nos ha concedido, me he puesto las “zapatillas para andar por Algeciras” que me han traído los Reyes Magos y he salido a comprobar que mi querida ciudad no se había borrado con la lluvia. Parto del Rinconcillo, devoro el Paseo de la Cornisa y ya, a través de esa enorme construcción de hormigón que me priva de su vista, puedo sentirlo. El mercado de Abastos, con toda su gente, con todos sus aromas, con todos su colores, con ese ambiente de cuento medieval que sólo los mercados árabes poseen.Tomates de Conil, naranjas del Tesorillo, quesos artesanos elaborados en nuestras sierras andaluzas que, deshaciéndose en la boca, nos recuerdan que afortunadamente todavía quedan pastores. Tagarninas, hierbabuena, caracoles, té, incienso, especias, esencia de azahar. Pan caliente, pescado fresco, huevos de corral. Botellín de Cruzcampo, tapa de boquerones, ¿otra ronda?, venga. Mujeres y hombres, niñas y niños y una ancianidad todavía respetada. Marruecos, Andalucía, tan lejos, tan cerca. Turistas con los ojos de par en par respirando la energía algecireña y tratando de explicarse qué tiene aquella plaza que les hace experimentar una sensación tan diferente, tan inesperada. Cuando el mercado disfruta de su merecido descanso y las luz de las farolas comienza a agradecerse, y la plaza está vacía, y un hombre con botas de goma limpia el suelo con un chorro de agua clara, y yo me desvío del camino para pasar por allí no sé por qué, sigo sintiendo la energía que su gente ha ido depositando hasta el punto de que, si cierro los ojos, siento que una señora me roza con su bolsa de la compra, respiro el aroma de la hierbabuena y escucho al hombre de los cupones cantar los números que lleva para hoy.Puedes pensar que esta energía no existe, que esto es sólo literatura. Seguramente tengas razón. Yo, por mi parte, seguiré indagando en esa sensación especial que te invade cuando estás un tiempo lejos de Algeciras y, conforme llegas a la ciudad, contemplas por primera vez el Peñón.

Sr. Gilmore

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