Así, Quan, que no se considera ni española ni china, sino “una cosa nueva que no existía”, se encuentra entre dos mundos: el chino, que generalmente representa su madre (“¿Cuándo te vas a casar, hija?”) y el español, dado al comentario zafio y desagradable (“¡Chin Lú, comeperros!) por algo tan poco censurable como su origen.
“Ni la sociedad china ni la española se ha dado cuenta de que yo no me tengo que integrar en ningún lado. Yo soy, y punto. No me tienes que juzgar porque no sepa todo el idioma o toda la cultura de un sitio u otro. Yo soy una cosa nueva que no existía”, comenta Quan a Efe durante una visita a Pekín para participar en el Festival Literario China-UE y en un acto del Instituto Cervantes.
Quan (Algeciras, 1989) se mueve a diario en fuego cruzado: “En el avión, una mujer china me preguntó que por qué hablaba tan mal mandarín. Que por qué no me habían obligado a estudiarlo mis padres. Que es una pena. Pero oye, que nadie te ha pedido tu opinión, ¡no me la des!”.
“La expresión ‘inmigrante de segunda generación’ me da mucha alergia”, protesta Quan -al contrario que los chinos, coloca su nombre de pila primero y el apellido después-, aunque lo que más le molesta es que se la considere “de fuera”.
Y cuando le preguntan que de dónde es “realmente” o que “qué comen los chinos”, la artista gráfica responde con “paciencia” y toma notas porque hay comentarios que son “pura gasolina” para sus viñetas, como aquella en que su madre le explica que a los españoles les gusta “el amor” todas las noches, con lo que mejor sería que contrajese nupcias con un chino.
Combatir los tópicos a través del cómic no ha sido tarea fácil para Quan, cuyo objetivo es “que el lector se divierta y a la vez piense” haciendo uso del humor y de lo íntimo porque éstos son “universales” y trascienden a “números y estadísticas que nunca llegan a la gente”.
“Los choques culturales les hacían mucha gracia a mis amigos, me decían que esta historia no estaba contada”, rememora Quan sobre sus comienzos, cuando se propuso narrar cómo ella y sus hermanas -las Zhou- nacieron y crecieron en una familia china que había emigrado a un pueblo andaluz a principios de los 90.
Así, las obras de esta ilustradora y diseñadora gráfica recogen el amor prohibido de su hermana con un español que ama el rap y tiene moto pero del que se acaba separando -no sin drama de por medio- o la historia de sus propios progenitores, que esperan a tener hasta cuatro hijos para dar con un varón apto como “heredero”.
En paralelo a esta historia se sitúa la de dibujantes chinas como Coco Wang, quien con sólo 15 años se marchó a Reino Unido para formarse y donde quedó marcada por una “confusión cultural extrema” que incluso la llevó a cambiar su nombre real, Wang Ke, porque pensó que la gente se refería a ella cuando gritaban “wanker” (en inglés, “gilipollas”) por la calle.
O como cuando un profesor británico la acusó de copiar porque había estudiado “a la china”, es decir, aprendiéndose el libro de memoria, otro episodio que también acabó en sus viñetas.
Pero a Coco le marcaron sobre todo las diferencias profesionales: “En Reino Unido te piden que tengas un solo estilo, el tuyo propio” mientras que “en China quieren que seas flexible y manejes varios registros” según la ocasión lo requiera.
Por su parte, a Quan lo que más le ha sorprendido durante sobre su estancia en el país asiático es el humor de los chinos, que es “más contenido y viene en dosis más pequeñas”, aunque no tardó mucho en darse cuenta de que “al final, todos nos reímos de las mismas cosas”.
“Aquí me he sentido muy española, muy extranjera. De hecho, se pensaban que era coreana. Además, no domino bien el idioma y hay muchas cosas que ellos hacen y de las que yo no me estoy enterando… Es otro mundo. Muchas cosas las conozco, pero es que Pekín es muy diferente a (la provincia sureña de) Zhejiang, de donde es mi familia”, resalta.
Su impresión ha sido que “los chinos no saben nada de España. Ni papa. Eso sí, lo de Cataluña siempre salía”, dice Quan entre risas tras visitar un país que abandona con la esperanza de que sus viñetas sean un día publicadas en el gigante asiático, aunque entiende que quizá no tengan tanto tirón entre el público local.
“Cuando he dado charlas con escritores aquí he visto a la gente interesada y les ha despertado curiosidad. Lo estamos moviendo y hablando con editores sobre ello”, detalla.
Sobre su segunda novela gráfica, “Andaluchinas por el mundo” (Astiberri, 2017) Quan no abandona su estilo cercano y distendido pero sí ha buscado un trazo “más pulido” e historias “más complejas” para relatar cómo las Zhou vuelan del nido para provocar las amarguras de su madre.
Pero algo ya ha cambiado, porque mamá Zhou, que todavía reza cada noche para buscarle marido, está ahora “muy orgullosa” de que haya cruzado el charco, algo que, dice Quan, ilusionada, “es emocionante. Se ha dado cuenta de nuestra identidad mixta y de que nuestra voz tiene importancia”.