No parecía que le fuera del todo mal, leía el periódico en un parque como cualquier habitante, aunque a él, el banco donde la gente aposenta su trasero le quedaba por debajo de la cabeza. Lo de tomar el té en una terraza se soluciona fácil con una pajita de refresco, lo complicado llegaba a la hora de mear en el baño de la cafetería sin salpicar al de al lado. Pero, aunque no lo llevara mal, el tipo no sonreía.Al atardecer, aquel hombre del revés se dirigía a un local muy especial donde la banda tocaba en un escenario colgado del techo marcando el ritmo a una parroquia de personas felices que bailaban boca abajo. Al poner un pie en el club, el objetivo volvía a girar radicalmente haciendo que el tipo de la corbata dejara de sentirse al revés. Enganchado a la mirada de una dulce muchachita, bailaba y, sobre todo, sonreía.Así me siento cuando me dirijo al último piso del Azabache, y es que el club de Jazz del Campo de Gibraltar está en un ático, disfrazado de garito clandestino. Me siento al revés cuando conduzco por las vías solitarias de un polígono industrial un viernes por la noche y mi lado más convencional me recuerda que estoy bastante colgada. Me siento al revés cuando entro por el Acceso Sur y el vigilante de seguridad me da las buenas noches con una sonrisa, tratándome de usted como a cualquier hombre encorbatado. Pulso el 5 y un ascensor de hotel de lujo eleva a mi despistado ego hasta la última planta. Entonces la puerta se abre y el objetivo de mi cámara gira por completo, vuelvo a sentirme boca arriba, me descuelgo. Pido una cerveza, empieza el concierto y, como el tipo del 78 Stone Wobble, bailo, sonrío y busco entre el público esa mirada a la que engancharme. He gozado la misma sensación cada viernes de noviembre, con Pepe Delgado y amigos, con El Penúltimo Cuarteto o con Sirimusa, pero necesito dedicarle, al último concierto del mes, una mención especial. Cuando terminó el espectáculo y monté en el ascensor, bajé con la alucinógena sensación de estar subiendo. No hubo drogas, sólo un par de gin tonics y las sustancias endógenas que el Funky canalla de Mr. Groovy & The Blue Heads me hizo segregar. Creí ver un sexto botón por encima del 5 en el que, escrito en castellano y en Braille, se podía leer la letra de un pegadizo estribillo: Sky is the limit, baby, let´s get higher. Diciembre ha empezado con un trío, palabra sensual como los ojos cerrados de un batería marcando el ritmo de My Funny Valentine, como dos manos sujetando con firmeza las voluptuosas formas de un contrabajo, como diez delicados dedos orientales buscándole a un piano sus zonas erógenas. No es necesario saber de Jazz para disfrutarlo, sólo hay que sentirlo y el Atsuko Shimada Trío nos acarició con su Jazz en esencia. El próximo viernes el Ático del Jazz nos trae la deliciosa Bossa-Samba de Liona Gilard Quinteto. No te lo pierdas, no te conformes con mi crónica del día siguiente porque para el arte de Liona y los brillantes músicos que la acompañan, las palabras siempre serán insuficientes. Yo asistiré con la seguridad de que, ante la mirada de esa garota, no buscaré otros ojos en los que perderme.
Una crónica de Poison Ivy