– Página de Opinión por Dietrich Alexander:
Los españoles tienen una memoria corta. Una y otra vez, la última hace un año, ven tan amenazados sus dos enclaves norteafricanos que incluso envían soldados a Ceuta y Melilla para protegerlos de la avalancha de refugiados marroquíes y subsaharianos desesperados.
Si, supuestamente, la península británica de Gibraltar es tan grotesca, entonces también deberían serlo las plazas costeras españolas en Marruecos. ¿Con qué derecho se ensaña Madrid con Londres? Se quiere aliar con Buenos Aires en el conflicto anglo-argentino sobre las Islas Malvinas, mientras sigue ocupando plazas de poca importancia estratégica y económica en un país extranjero.
Madrid vocifera, Londres envía buques de guerra y tiene que hacer hincapié en el hecho de que zarpan para un ejercicio proyectado hace tiempo. Detrás de esto se esconde una demostración de poder británica. Gran Bretaña nunca renunciará a esta prestigiosa roca. España lo sabe, pero está molesta por esta espina en la carne de su orgullo y autoestima como una nación europea todavía grande, aunque enferma. Reacciona de manera arbitraria, acosando a ciudadanos británicos y turistas.
No se trata de la pesca. Se trata de poner en juego un elemento de distracción de probada eficacia para disfrazar la debilidad propia. Alimentar la ira hacia un enemigo exterior favorece la cohesión interna y compensa las propias debilidades. El presidente Rajoy debería centrarse en sacar a su país de la crisis. Humillar a Gibraltar y a Londres es particularmente imprudente, dado que el enclave asegura al menos 6.000 puestos de trabajo españoles y es un imán para los turistas en el sur de España. Quizás debería llamar a la razón a su gabinete, cuyos miembros tratan de superarse unos a otros con propuestas absurdas, alimentando así el conflicto del Peñón de los monos.
Pero a Rajoy parece convenirle este conflicto de política exterior: sirve de válvula de escape para la frustración generalizada de los españoles. Y al primer ministro británico Cameron le satisface un tema electoral que le posiciona como estadista y defensor internacional de los intereses británicos. Un papel que le gusta desempeñar y en el que puede tener éxito, incluso cuando todo va mal en casa. El Peñón de los monos es una cuestión nacional que goza de gran simpatía entre la población.
Los aliados de la OTAN no van a dejar que [este asunto] llegue al extremo. Pero tan sólo el ruido de sables ya es perjudicial. Resulta nocivo para España y Gran Bretaña y perjudica a Europa, que no necesita de tonos estridentes en un momento en el que realmente hay asuntos más importantes que solucionar.