En defensa de la política Por: Ángel Luis Jiménez

Sin ir más lejos ayer, día 3 de abril, había una convocatoria de los sindicatos en todas las grandes ciudades del país  contra las políticas de austeridad y para parar los recortes, reivindicando la implantación de planes de inversión que reactiven la economía española y generen empleo. Tantas cosas nos indignan que cualquier convocatoria a través de las redes sociales y el boca a boca atrae a mucha gente. Y es que la gente está muy cabreada, además sabe que las cosas pasan en la calle, y al reunirse trasmiten un sentimiento de comunidad que tiene mucha fuerza.

 

El problema está en qué pasa después de la marcha o la concentración. Alguna vez termina en confrontación violenta con la policía y otras muchas veces no. Aunque resulta tremendamente paradójico que para proteger la seguridad de los espacios públicos sea necesario condicionar como se hace el ejercicio de los derechos ciudadanos.   A mí como a cualquier otro ciudadano que quiere ver resultados, me preocupa que con frecuencia muchas manifestaciones o concentraciones no tienen una organización previa con la capacidad necesaria para dar seguimiento a las exigencias y llevar adelante el complejo, muy personal y posiblemente aburrido trabajo político, que es el que al final produce cambios en las decisiones de la autoridad o del Gobierno. Sobre esto la profesora y socióloga Zeinep Tufekei, de la Universidad de Carolina del Norte,  ha escrito que “antes de Internet, el tediosos trabajo organizativo necesario para evadir la censura u organizar una protesta también ayudaba a crear la infraestructura que servía de apoyo a la toma de decisiones y a las estrategias para sostener esfuerzos. Ahora, los movimientos pueden saltarse esas etapas, lo cual con frecuencia los debilita”. Por eso no tengo la menor duda de que hay un poderoso motor político prendido en las calles de las ciudades españolas, que gira a altas revoluciones y genera mucha fuerza y energía. Pero ese motor no está conectado con las ruedas y por eso no hay movimientos y los cambios necesarios.

 

Por tanto, es necesario conectar todos esos movimientos y convertirlos en organizaciones capaces de hacer trabajo político a la antigua, aunque la política esté ahora tan denostada. Porque la política es la única herramienta que sirve para entenderse y llegar a acuerdos posibles entre personas con diferentes formas de pensar y con intereses contrapuestos. Y solo con la política, se podrá hacer real lo posible y también lo imposible.

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