Elogio de la duda o la guerra de nunca acabar.Por: Ángel Luis Jiménez

IAM/ALJ Victoria Camps, Catedrática jubilada de Filosofía y moral política de la Universidad Autónoma de Barcelona, ha publicado un ensayo con el título “Elogio de la duda”, en la que dice “todo lo que es, podría haber sido o ser de otra manera”. 

 

Leyendo el ensayo pensaba que gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo y nuestro país suceden porque vivimos una conspiración de los ignorantes. Los ignorantes están completamente seguros de lo que dicen y sueltan un exabrupto cuando quieren, sin pensarlo (Trump). Sin embargo, los inteligentes están como siempre llenos de dudas, buscando cordura, moderación y reflexión en sus palabras o averiguando una forma de vivir juntos más tranquila que la de estar peleando por cualquier cosa, pero ser inteligente carece de atractivo y no sirve para redactar titulares. Ya Ortega en los años veinte describió en el ensayo “La rebelión de las masas” lo que está pasando ahora. Decía, “la masa no tiene la aspiración de convertirse en clase cultivada, sino que quiere imponer su incultura”. Eso es lo perturbador, que desaparece la aspiración a mejorar. Y eso no es democrático, porque la democracia supone la elevación cultural de todos, y mantener y no socavar los viejos conceptos de autoridad intelectual y moral. Ante la obra de Ortega y Gasset siempre surgió el interrogante de si era realmente un filósofo, pero el aclaraba que escribía desde la filosofía y su circunstancia: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Con esta celebre afirmación estaba diciendo que las verdades filosóficas deben ser vistas desde la circunstancia en que cada uno se encuentra y piensa. Por eso, es bueno que todo esté sometido a duda, como también dice mi amigo Juan José Téllez. Hay sucesos indudables que se tergiversan intentando marear la perdiz. Ayer 18 de julio de 2018 se cumplieron más de ocho décadas de una guerra de nunca acabar. Comenzó con un golpe de Estado y derrapó como un camión loco asesinando a destajo a lo largo de cuarenta años y un día. Desde la recuperación de las libertades públicas y durante el proceso de construcción de la democracia, se nos ha intentado enmascarar la realidad y sembrar las suficientes dudas hasta convertir las víctimas en verdugos y los verdugos en víctimas. Sin embargo, lo peor no ha sido que toda una generación, primero por miedo y luego por desidia, no lograra sentar en el banquillo al totalitarismo español y a sus cómplices, ese reguero de casullas, gorras con borlones, camisas azules, delatores, chaqueteros y verdugos -no del cineasta Berlanga precisamente-. Ni tampoco que cunetas y cementerios sigan aun estando llenos de fosas comunes, con cuerpos sin identificar. Ni los poetas perdidos en un proceso de excavación tan insufriblemente lento como el de la aplicación de la ley de memoria histórica, que sigue tolerando nombres de golpistas y asesinos en nuestras calles y plazas. Ni que el Gobierno de Pedro Sánchez sea capaz de exhumar los restos de Franco de la basílica del Valle de los Caídos, como era su intención, por las barreras jurídicas existentes que no saben cómo resolver.Estamos viviendo un tiempo donde el afán de transparencia ha empezado a ser considerado como la primera cualidad de la buena política. Y negarse a reconocer lo obvio, lo que ya no debiera ser cuestión de duda, es cosa de ignorantes o farsantes. La aseveración de Montaigne de que llamamos bárbaro a lo desconocido no vale en nuestros días para ciertos fenómenos de barbarie, con ejemplos tan cercanos como los que sufrimos con el terrorismo islámico que, como toda forma de terrorismo, viola y minimiza el derecho más básico, el derecho a la vida. O las 249 personas que han perdido la vida intentando alcanzar España en 2017 a través del Estrecho. Alguna verdad tiene que servirnos de agarradera para distinguir la civilización de la barbarie. Y esa verdad se resume hoy en los artículos que componen la Declaración Universal de Derechos Humanos y los valores que los sustentan. Así que, sin dudar, la tarea de la filosofía y la política debe ser poner de manifiesto hoy esta Declaración de Derechos y averiguar también cómo llevarla a cabo.

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