La odisea de viajar desde Ceuta

“Qué ganas de irnos de Ceuta, de verdad”. Mari Carmen García suspira al ver la cola de medio centenar de coches en la que lleva atrapada desde las dos de la tarde en el Puerto de Algeciras.

Es uno de esos momentos en los que los caballas ponen en una balanza el amor hacia su tierra y las dificultades que les supone de manera casi diaria vivir en ella.

Su turismo marca 43 grados, el calor es asfixiante y no es la primera vez que se encuentra en esta situación. Ella, al igual que el resto de pasajeros de la naviera en la que ha llegado a la Península, está desesperada.

“Si no es por una cosa es por otra, moverse desde Ceuta significa llegar tarde”, lamenta. En esta ocasión se va a perder la cita médica que tiene en Granada y duda mucho que llegue al tren que la iba a trasladar a Madrid. “Vamos de cráneo”, vuelve a quejarse.

La Guardia Civil les ha informado amablemente de que lo suyo ha sido “cuestión de mala suerte”, pero García, que viaja mucho, es perfectamente consciente de que no ha sido algo fortuito.

“Nos ha pasado 50 o 60 veces, pese a las previsiones perdemos de forma habitual todas las combinaciones por los problemas que existen de movilidad”, cuenta con hastío.

Han tenido que transcurrir dos horas para que alguien le dé una explicación a por qué lleva desde que desembarcó con su vehículo parada al sol mientras el resto del puerto está vacío.

“Nos dicen que hay muchos barcos y que a pesar de que el nuestro ha llegado antes había que parar a uno y nos ha tocado a nosotros”, explica sobre la conversación mantenida con la Benemérita. Continúa: “Le digo ‘pero no hay ningún coche ni nada ahora en el puerto’ y me ha dicho ‘pues mala suerte, os va a tocar ser los últimos’”.

“No hay otra razón”. Mientras tanto su hija se ha bajado del coche para pedir agua fría a otros pacientes viajeros que, como la familia de García, no ven fin a la espera. “Creemos que ha sido un golpe de calor, estaba muy mareada, al peque casi lo hemos tenido que bañar, está como un tomate”, indica sobre su otro hijo.

El hambre aprieta y siente que los están tratando “como animales”. “Esto es inhumano”, denuncia. Finalmente tras más de dos horas han podido abandonar el recinto. Ahora García solo espera que la vuelta a casa sea más amable para ella y los suyos.

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