La Sareb, acrónimo de la Sociedad de Gestión de Activos Procedentes de la Reestructuración Bancaria, fue fundada en 2012 para absorber los activos tóxicos que amenazaban con hundir al conjunto de la banca española.
Estos activos eran de dos tipos: por un lado, inmuebles que las entidades se habían quedado al ejecutar créditos impagados en los primeros años de la Gran Recesión de 2008 (a menudo propiedades sin ningún tipo de salida comercial, o a medio construir), y, por otro lado, los créditos dudosos o impagados.
En las próximas semanas, la Sareb pasará a manos del Estado, y con ella una deuda de 34.145 millones de euros (3,05% del PIB). Durante casi una década, casi todo lo que podía salir mal le ha salido mal al banco malo.
Esta es la historia de un banco que, por sus peculiares características, nació tullido y ha vivido de forma casi permanente en quiebra técnica. Y para que pudiera funcionar con un tremendo agujero, papá Estado tuvo que emitir un decreto que le permitía funcionar con capital negativo.
Pero, retrocedamos en el tiempo. En 2012, en medio de una crisis que arreciaba cada día más, Mariano Rajoy, que acababa de formar gobierno, decidió crear una entidad que absorbiera los activos más tóxicos de las cajas de ahorros para sanear sus balances y sacarlas de la ruina. Eso fue la Sareb, un banco hecho de basura.
Un gran agujero compuesto por unos 200.000 activos, de los que el 80% eran créditos a promotores inmobiliarios de muy difícil recuperación y el 20% restante, inmuebles y solares de muy difícil venta. Todo se valoró en 50.781 millones de euros.
Ahí surge el primer problema del banco malo, la basura se pagó muy cara. Fue el Banco de España quien fijó el precio, basándose en las valoraciones efectuadas por una consultora. A diferencia de otros bancos malos, como el irlandés (que liquidó su deuda en 2020), el banco malo español no pudo.
Además, para no sobrecargar la deuda del Estado se diseñó la Sareb como una entidad privada: bancos como Santander y CaixaBank, aseguradoras y una eléctrica poseían el 54% del capital, frente al 46% en manos de la sociedad pública Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria o FROB.
Otro error o artificio fue que la Sareb emitió bonos por 50.000 millones de euros y esa deuda fue avalada por el Estado (en último extremo por el contribuyente). La gran cuestión consistía en cuántos de esos 50.000 millones podrían recuperarse con la venta de unos activos casi invendibles.
La Sareb era como un Titanic que zarpaba sabiendo que iba al naufragio; la misión del capitán era salvar al máximo número posible de pasajeros. Varios interlocutores admiten que la comparación podría resultar válida. A este Titanic, que se lanzó al mar en malas condiciones, se le abrió enseguida una vía de agua y fue acumulando pérdidas a lo largo de la década (2012-2022).
Pero de mal se puede ir a peor, porque en 2021, la Sareb vendió 22.284 inmuebles con pago a largo plazo. Según los directivos del banco, esta operación era de lo más rentable porque reduciría la deuda de 50.000 millones de euros a unos 34.000 millones. Desastre sin paliativos.
Pero también hay una variable no despejada. Desde hace varios ejercicios, Sareb ha venido cediendo inmuebles a ayuntamientos y comunidades autónomas para su uso como vivienda social, pero de forma irrisoria. Solo unos 3.000. Las entidades públicas pagan un alquiler de entre 75 y 125 euros. El objetivo es llegar a las 15.000 viviendas cedidas, pero seguirán siendo pocas, dada las grandes necesidades de viviendas sociales.
Por eso, espero que la próxima nacionalización de la Sareb pueda dedicar una mayor atención a la cuestión social, y que la cifra de cesiones aumente. Porque esas viviendas cedidas seguirán siendo propiedad de Sareb. Pero, ¿qué ocurrirá con ellas en 2027, cuando el banco malo rinda cuentas y baje la persiana? Está por ver. De aquellas lluvias, estos lodos.