El incentivo reside en la diferenciación y en la disensión abierta cuando no en la descalificación moral mutua, como ya observamos en la campaña de Madrid. En el horizonte, además, en espera, unas elecciones generales a cara de perro.
En algunos casos se pondrá a prueba la cohesión interna del Gobierno con una oposición en campaña electoral permanente. Pablo Casado ha conseguido, forzando la disolución de las cortes de Castilla y León, diseñarse una escalera con la que espera llegar a La Moncloa.
Las elecciones de Castilla León y las de Andalucía someterán a un test de resistencia a los partidos del Gobierno central, cuyas expectativas electorales en ambos sitios son malas, además de tasar el recorrido político de las plataformas de la España vacía, contra las que ya el PP ha arremetido a un mes de las elecciones.
Sin embargo, Pedro Sánchez puede exhibir los presupuestos aprobados con una mayoría holgada de 190 diputados y una reforma laboral inédita en 40 años, pactada con sindicatos y patronal. Porque, aunque los presupuestos se hayan hecho de retazos de intereses, es mejor que convocar elecciones. En España la política siempre funciona a partir del principio del mal menor, no del bien mayor.
La agenda reformista del Gobierno español pondrá a prueba tanto su cohesión interna como su capacidad de resistencia, porque ningún Gobierno occidental tendrá este año el control firme de su calendario político: la salida de la pandemia, la recuperación económica y el futuro de la democracia, tampoco el español.
Sus dos posibles vías de ratificación comportan riesgos en este mismo enero: el Gobierno no tiene asegurados los votos para convalidar la reforma laboral como decreto-ley en el Congreso y, en el caso de tramitarla como proyecto de ley, las enmiendas de sus socios parlamentarios podrían acabar sacando del acuerdo a la patronal.
Así que, sin argumentos creíbles para un adelanto electoral y con el empleo creciendo a buen ritmo, el Gobierno tiene por delante cumplir la mitad del acuerdo de investidura según cálculos del presidente, pero también la gestión de asuntos pendientes con potencial desestabilizador.
El PP mantiene bloqueada la renovación del poder judicial, a pesar del gesto de la coalición de gobierno de acordar una muy cuestionable renovación del Tribunal Constitucional. Y en el primer trimestre del año, el Supremo se pronunciará sobre los recursos de PP y Vox contra los indultos a los presos independentistas.
También debe pronunciarse en este 2022 sobre leyes de calado político promovidas por este Gobierno y muy atacadas por la derecha: la ley de educación, la ley de eutanasia, además de la ley del aborto de Zapatero, recurrida por el PP hace 11 años.
A pesar de todo continua la agenda reformista del Ejecutivo y en los próximos meses verán la luz o se tramitarán la reforma de la universidad, la ley mordaza, la ley de vivienda y la ley de memoria democrática.
También este año sobrevolará el hipotético regreso del rey emérito, en particular si la fiscalía general archiva, como tiene previsto, la causa penal, sin que haya avanzado la regulación de la transparencia y el control que debiera haber de la Casa Real.
La democracia española no es ajena al zarandeo que los sistemas democráticos están padeciendo en todo el mundo. Por eso, quizás, el reto mayor al que nos enfrentamos es la responsabilidad con la que los representantes públicos afronten la tarea que constitucionalmente tienen prevista.
Bloqueos institucionales, insultos personales, mentiras y desinformación han poblado las sesiones del Congreso en 2021. Por eso, creo que la sociedad española está hastiada de tanta bronca política, pero también de una oposición que es un páramo, y que no tiene proyecto político para este país, y con un discurso cargado de todo tipo de falacias.
Tengo claro que este país puede ser mucho mejor, pero tenemos que trabajar todos a una, en un frente amplio y con un proyecto colectivo a largo plazo que ilusione, sobre todo, a las nuevas generaciones. Y luego trabajar también desde el lugar que cada uno ocupa para que en este país no gobierne la ultraderecha, que tienen siempre el reloj parado en el pasado.