ermina el año con bronca desatada en el Congreso de los diputados. La última sesión de control al Gobierno de nuevo quedo reducida a una repetición de rutinarios improperios y desatinos abriendo más heridas entre Gobierno y el PP. La propia esencia de la sesión parlamentaria se esfumó con tantas estupideces y palabrotas.
En esa misma sesión un general de brigada, ahora sin uniforme y elegido por el pueblo, diputado de Vox, golpeaba encolerizado el pupitre encima de su escaño porque en la tribuna se leían palabras en catalán. ¿Habrá leído este diputado la Constitución?
La brecha entre Gobierno y Oposición se agranda cada día más y con una tensión que no parece tener fin. La bronca ha sido continua, y este año no podía concluir de otra manera, con un Pablo Casado diciendo tacos y exhibiendo esa impresionante thermomix verbal que en la misma frase es capaz de acusar al Gobierno de subir los impuestos y de encubrir abusos sexuales a menores.
Una diputada de Esquerra, Montse Bassa, tildó al Supremo de “tribunal facha”. La presidencia se desgañitaba pidiendo orden, y Joan Mena, de En Comú, arrancó así su discurso: “Hoy es una de esas ocasiones en que me da vergüenza pertenecer a esta Cámara”. Igual que nos ocurría a los ciudadanos que lo estábamos viendo, digo yo.
Entre aquel día del pasado otoño cuando Casado plantó cara a la moción de censura de Santiago Abascal y este otro día en que dijo “coño” en la Cámara, han transcurrido 14 meses. Del ambiente de cierta distensión entre el Gobierno y el PP que pareció abrir el ya lejano gesto del líder popular se ha retornado a un paisaje en llamas.
Pocas cosas definen mejor la atmósfera de los últimos meses en el Congreso que la reaparición de ETA en el debate parlamentario, incluido el de los Presupuestos. Aunque hayan pasado 10 años desde su disolución, es rara la sesión de control en la que Casado no invoque su nombre. Y eso que el PP había anunciado que pretendía hacer una oposición más propositiva tras su convención de octubre.
No olvidemos que este es el primer Gobierno de coalición en la historia democrática de nuestro país que se mide por un Parlamento muy dividido, con el récord de 16 partidos en el Congreso y más diputados independentistas que nunca (35) de diversas formaciones. Si estuvieran juntos formarían el tercer grupo de la Cámara, igualados con Unidas Podemos, que a su vez es un conjunto de marcas y corrientes.
Y todo ello en un escenario de resaca y hartazgo ciudadano tras varias crisis económicas, la pandemia y con la irrupción de siglas e ideologías cercanas a los populismos de derechas e izquierdas. Ahora los debates en las Cortes son tediosamente más largos en su conjunto, con más intervenciones, pero más cortas y crispadas, planificadas fundamentalmente para las redes sociales.
Lo bueno del caso es que hay consenso sobre el ideal de los debates y los principios de la buena educación, lo malo es que ninguna de las partes parece desear ponerlos en práctica. O sea, son palabras vanas. De todas formas, no es fácil ser equidistante. Por su mismo carácter de oposición, ésta siempre será más hiriente y desbocada que el Gobierno, más aún, teniendo el aliento de Vox en el cogote.
Lo que ocurre en realidad es que les gusta hacer oposición hasta a la oposición, con lo cual las fuerzas se equilibran, y la espiral ya deviene en algo inevitable. La diferencia con otros parlamentos de nuestro entorno es que en ellos las discrepancias se discuten con educación y argumentos, pero aquí preferimos hacerlo con hiperventilación y saña. Salvo en las meramente declarativas, no hay intervención política que no se cargue de indignación y se haga con ánimo insultante.
Menos mal que entre alboroto y alboroto, el Congreso no ha interrumpido su trabajo, a pesar de todo. El año acabará con 25 leyes aprobadas, otras casi 30 propuestas admitidas a trámite y 28 decretos leyes convalidados. Y al filo del fin de este año se han alcanzado acuerdos en materia laboral y de pensiones, así como en los presupuestos generales para 2022. Nadie puede negar que la Cámara legisla, su primera función. Solo que grita tanto que ya nadie se fija en otra cosa. Mal vamos.