Bufonadas por un peñón
Se intensifican las disputas entre Madrid y Londres; la UE envía observadores
Un peñón lleno de monos es la nueva zona conflictiva de Europa. Por el momento, la UE no ha conseguido aplacar la contienda entre Madrid y Londres.
Bruselas – Aunque la palabra «bufonadas» no debería ser pertinente, eso debió de pensar el lunes José Manuel Durão Barroso cuando se vio obligado a intervenir en la crisis europea más reciente. Que el Presidente de la Comisión Europea tuviera que reunir a un equipo de emisarios en pleno periodo de vacaciones de las instituciones de la UE para poner orden en Gibraltar convierte el conflicto en una pantomima.
España y el Reino Unido llevan varias semanas buscándose las cosquillas con banalidades risibles, pero ahora se trata de una transgresión de la normativa europea. «Enviaremos una misión de observadores cuanto antes, para examinar in situ los controles fronterizos, así como el movimiento de personas y mercancía», ha declarado la Comisión.
Es significativo que Durão Barroso realizara este anuncio tras una conversación telefónica con Mariano Rajoy: en Bruselas se considera que el Gobierno con sede en Madrid, y sobre todo José Manuel García-Margallo, Ministro de Asuntos Exteriores, son los verdaderos instigadores.
Todo empezó en junio, cuando una lancha patrullera de la Guardia Civil persiguió a una moto acuática británica frente a Gibraltar y disparó contra ella, para lo que invadió aguas jurisdiccionales británicas. Cuatro semanas después, el Ministro Principal del Peñón de los monos se tomó la revancha con una acción que enrareció definitivamente el ambiente: lanzó en la bahía 70 bloques de hormigón, de los que sobresalen barras de hierro, para sentar las bases de un futuro espigón. Adujo motivos medioambientales, de protección contra la pesca excesiva.
Un obstáculo para los pescadores
Esto se interpretó de otra forma en España: desde su punto de vista, el objetivo principal de la barrera es obstaculizar la labor de los arrastreros españoles, que llevan años pescando caballa y marisco en esta zona.
El Gobierno de España contraatacó a principios de agosto reforzando los controles fronterizos entre el territorio español y el enclave británico, donde viven 30.000 personas y 300 monos. Desde entonces, tanto los turistas como los trabajadores tienen que esperar entre cinco y siete horas. La explicación oficial es la necesidad de controlar las fronteras exteriores de la UE; a fin de cuentas, el Reino Unido no ha suscrito el Acuerdo de Schengen. La gota que colmó el vaso fue la posterior propuesta de García-Margallo, Ministro de Asuntos Exteriores, de aplicar una tasa de 50 euros por persona. David Cameron, Primer Ministro británico, corrió al teléfono para «aclarar» la situación con Mariano Rajoy, su homólogo español.
Sin embargo, han seguido buscándose las cosquillas. España fracasó en su intento de impedir la admisión de Gibraltar en la UEFA, aunque después bloqueó el ingreso de la colonia británica en la Federación Europea de Rugby. Desde el lunes, la fragata británicaHMS Westminster, con sus buques de apoyo, monta guardia frente al Peñón.
Ahora, los observadores de la UE deben comprobar in situ si el refuerzo de los controles de acceso a España cumple la normativa europea y es «proporcionado». El Gobierno español justifica la intensificación de los controles fronterizos por la lucha contra el contrabando de tabaco, aunque no menciona que desde principios de agosto se ha realizado una sola detención, cuando se encontraron 11.000 cigarrillos en un vehículo. No parece precisamente «proporcionado».
No es de extrañar que en Bruselas, Londres y otras capitales se interprete esta acción como un intento por parte del Gobierno ibérico, sometido a una gran presión económica, de apartar la atención de la población de los casos de corrupción y contabilidad B desviándola hacia un asunto político en el que entra en juego el orgullo nacional.
21 de agosto de 2013
Saarbrücker Zeitung
España demuestra en Gibraltar su inmadurez europea
Por Detlef Drewes
Bruselas – Europa, anonadada, se frota los ojos: dos miembros de la UE y la OTAN andan a la gresca por un peñón lleno de monos. El uno lanza bloques de hormigón al mar; el otro achicharra dentro de sus coches, a 40 grados, a los turistas que pretenden entrar, mediante un control fronterizo insufrible. Durante los 56 años transcurridos desde la fundación de la CEE no se había observado jamás tal comportamiento por parte de dos países que se comprometieron a resolver pacíficamente cualquier conflicto que surgiera. Los motivos de este quebrantamiento del tabú son de política interna. El Gobierno español se encuentra entre la espada y la pared. El país no levanta cabeza económicamente y, en el aspecto político, Mariano Rajoy tiene que lidiar con un fulminante escándalo de corrupción y contabilidad B. Cualquier distracción es un instrumento útil, y más si se trata de un símbolo nacional como Gibraltar. Si hay suerte, eso proporcionará a Madrid unas semanas de respiro. Es previsible que al final tenga que dar su brazo a torcer.
A lo largo de siglos anteriores, los habitantes de Gibraltar han dejado muy claro en dos ocasiones a qué nación quieren pertenecer. No es España. Pero este altercado tiene una amarga lectura, más profunda. Pese a toda la euforia por la maravilla de una Europa unificada, en muchos países perdura un nacionalismo latente, del que se sirven gustosamente sus gobernantes para desviar la atención de los problemas acuciantes. Se ha observado en numerosas ocasiones durante los últimos años, desde Polonia hasta la República Checa, pasando por varios países comunitarios occidentales. Este proteccionismo político constituye y seguirá constituyendo un peligro para la UE. Que España, como represalia por el lanzamiento de unos cuantos bloques de hormigón frente a la costa gibraltareña, haya atentado contra la «vaca sagrada» de la libertad de movimiento dice mucho sobre la madurez europea de este Gobierno. Estos valores fundamentales de la Europa moderna deberían ser sagrados. Pero también se creía hasta ahora que dos jefes de Gobierno, madurados políticamente en democracias modernas, deberían ser capaces de resolver cualquier conflicto por teléfono. O al menos, de no seguir echando leña al fuego. También esa era una idea errónea. Bruselas no va a permitir que la utilicen de árbitro, aunque investigará cualquier hecho que suponga una transgresión de la normativa de la UE. Resulta incomprensible que en Madrid asuman el riesgo de que les saquen los colores en público. A fin de cuentas, es un país que vive de la solidaridad de los otros miembros de la UE, a los que ataca sin motivo. De un Gobierno responsable y con mentalidad europea cabría esperar que mantuviera a raya cualquier brote nacionalista. Porque cuanto más abiertas sean las fronteras dentro de esta Unión, más irrelevante serán las disputas relacionadas con el peñón de los monos. Que Mariano Rajoy y su Ministro de Exteriores lo pasen por alto pone de manifiesto la necedad de esta acción.
El artículo y la opinión editorial fueron publicados con distintos titulares en los periódicos regionales alemanes:
Kölner Rundschau
Märkische Allgemeine
Mitteldeutsche Zeitung
Nürnberger Nachrichten
Saarbrücker Zeitung