Prohibido entrar, prohibido pescar: el Puerto de Algeciras se cierra a su gente. Por Alberto López

La decisión de la Autoridad Portuaria de cerrar el acceso nocturno al Puerto de Algeciras a quienes no tengan un billete en la mano abre un debate incómodo pero necesario. Se entiende la preocupación por la seguridad y las quejas de usuarios y trabajadores ante la presencia de personas que pernoctaban en la Estación Marítima. Pero la solución elegida —prohibir la entrada a los propios algecireños— transmite la sensación de que el Puerto, que siempre ha sido parte esencial de la ciudad, se va alejando cada vez más de ella.

Algeciras no se entiende sin su puerto. Es el corazón que ha marcado la vida, la economía y la identidad de la ciudad. Que ahora se restrinja el acceso a una parte de sus instalaciones a los propios vecinos, bajo la lógica de que “mejor prohibir que regular”, genera la percepción de que poco a poco el Puerto deja de ser un espacio de Algeciras para convertirse únicamente en un enclave de tránsito.

Es cierto que había un problema: personas sin hogar buscando refugio, situaciones que podían incomodar o preocupar. Pero la respuesta podría haber sido otra: reforzar la presencia de servicios sociales, habilitar espacios alternativos, coordinar medidas que protejan a los más vulnerables sin convertir la terminal en un lugar vedado para los ciudadanos.

A esta decisión se suma otra herida aún abierta: la prohibición de pescar en los muelles, una costumbre que formaba parte de la vida cotidiana de generaciones de algecireños. Muchos recuerdan con nostalgia las tardes de cañas y conversación, cuando el puerto no era solo un lugar de paso sino un rincón de encuentro, de ocio sencillo y compartido. Esa prohibición generó malestar, pero también un sentimiento de pérdida: la sensación de que poco a poco se nos arrebata un pedazo de la ciudad que era nuestro.

Con cada medida restrictiva, Algeciras se queda un poco menos suya, un poco más ajena. Y quizás ahí radica la verdadera preocupación: que, en nombre de la seguridad y la gestión, se esté levantando una frontera invisible entre la ciudad y el puerto, como si los algecireños ya no tuvieran derecho natural a sentir ese espacio como propio. Lo que antes era vida y pertenencia, hoy empieza a vivirse como distancia y añoranza.

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