En las elecciones norteamericanas está en juego la democracia. Si Trump gana, serán las últimas elecciones veraces que se celebren en Estados Unidos durante mucho tiempo, es decir, unas elecciones en las que el partido en el poder permite a sus adversarios arrebatárselo mediante los votos.
Si creen que esto es una exageración, no han estado prestando atención desde que Trump intentó anular las elecciones de 2020. Y ahora, después del fallido atentado, Trump catapulta sus aspiraciones, y suma a Estados Unidos en un escenario de confrontación absoluta.
Dada la situación, habrá que esperar a los historiadores del futuro para que nos ofrezcan respuestas. Ahora necesitamos que se imponga la cordura y se busque un nuevo candidato demócrata cuanto antes.
Deberíamos aprender una lección de los franceses. Cuando se enfrentaban a una amenaza a su democracia, después de que la extrema derecha de su país quedara primera en la ronda inicial de sus elecciones parlamentarias europeas, muchos políticos franceses se retiraron de la segunda ronda electoral.
Estos políticos retirados pusieron los intereses de la nación por encima de sus ambiciones o aspiraciones políticas, querían mejorar las posibilidades de sus rivales para derrotar a los adversarios antidemocráticos. En parte, y como consecuencia de ello, el domingo 7 de julio, la derecha dura francesa sufrió una sorprendente e inesperada derrota.
No sabemos si Biden echándose a un lado, podría conseguir lo mismo para Estados Unidos. Pero, si su vicepresidenta Harris le sustituye -a estas alturas, es difícil ver una alternativa plausible- parce obvio que se enfrentará a su propia oleada de calumnias e insinuaciones, igual o peor que las de Biden.
Pero ella es inteligente y dura, y la fealdad de los previsibles ataques sobre su sexo y raza podría tener un efecto contrario al deseado. En cualquier caso, Biden ya no es el candidato ideal, y si insiste en presentarse, parece demasiado probable que él, y posiblemente el futuro de la democracia norteamericana y mundial, pierda.
No entiendo a su entorno, sobre todo al más íntimo. Es imposible no preguntarse el porqué de esta actitud, de esta perseverancia en sostener lo insostenible en un político de la trayectoria de Biden. Porque no tengo dudas, sobre cuanto ama el presidente a su país. Y como buen hombre que es, espero que haga lo correcto y se eche a un lado.
También Vox se ha echado a un lado, pero por otros motivos. Han decidido plantar a Georgia Meloni y dejar su grupo europeo, para irse con el del húngaro Victor Orban, Patriotas de Europa. Abascal explicaba a la prensa italiana que necesitaban radicalizarse en España, porque se estaban moderando.
¿Moderando? ¡Vaya! Aunque me parece que su ruptura con el PP ya estaba pensada.
Así que, Vox se ha ido a Patriotas de Europa, el engendro de Orbán. En este campo los nombres son siempre pura fantasía semántica. Mi favorito es ANO (no es un chiste), el partido ultra checo, que se traduce por “sí”, y son las siglas de “Acción de Ciudadanos Insatisfechos”.
La idea de patriotismo, ahora tan de moda con la policía patriótica, es el comodín perfecto para engatusar a todos esos que dicen no ser de izquierdas ni de derechas, pero que dicen sentir su país más que nadie y verlo en peligro, aunque los demás no lo vean. Yo les dejaría solos con su dolor.
Supongo que, en el PP, muchos se están preguntando en qué maldita hora se pusieron a correr detrás de estos individuos de Vox, porque para ellos son inalcanzables. Quizá es hora de que Núñez Feijóo decida volver, aunque ya se le está haciendo demasiado tarde.