Llegó con una maleta desproporcionada y la clara intención de conocer Marruecos de la mano de este guía que, orgulloso, le ha dado a conocer el Campo de Gibraltar. Esta última visita, junto con las anteriores, le han servido para entender que ese hijo que le salió viajero haya elegido para establecerse esta puerta que une Europa con África, este puerto desde donde zarpar hacia esos otros mundos que están en éste. La visión de una situación de pobreza que no vivía desde que era niña le ha servido también para entender mi visión de la política. Para ayudarle a comprenderme, le leí el siguiente fragmento de la novela policial en la que ando liado:“Las quinientas personas más ricas reúnen más ingresos que los cuatrocientos dieciséis millones de personas más pobres. Esto significa que un diez por ciento de la población colecciona Ferraris mientras otro cuarenta se muere de hambre. El cincuenta por ciento restante tiene cubiertas sus necesidades básicas pero en lugar de sentirse afortunado por no pertenecer al cuarenta que vive en la miseria se lamenta constantemente por no poder coleccionar Ferraris”.Detrás de cada guerra, de cada condena a muerte, de cada golpe de estado, de cada niño que muere de hambre, de cada despido masivo, de cada caso de corrupción, de cada derecho pisoteado, de cada recorte social se encuentra, cuándo no, el dinero y el poder que el dinero da. Estas injusticias se dan a nivel global porque existen en todos y cada uno de los puntos del globo y nuestro desarrollado, civilizado y europeo país no es una excepción. No confío en que esto lo arreglen ni Zapatero ni Rajoy, ni ninguno de los políticos que conozco porque percibo que tienen más poder las grandes empresas transnacionales que los propios Jefes de Estado. Por eso, cada cuatro años deposito mi voto con la agridulce sensación de haber cumplido con mi obligación moral sin obtener satisfacción con ello.No me apasiono por la política de partidos porque está tan condicionada por el Capital y la búsqueda del voto que no deja espacio suficiente a los ideales. No le encuentro el sentido a crispar mi vida feliz para defender el bando rojo o el bando azul cuando a mí me gustan otros colores que nadie sabe pintar sobre las mesas electorales. Por el mismo motivo, ni tengo tele ni me creo nunca del todo lo que leo en la prensa. Pero esta política de masas y de medios no me hace perder la ilusión de que este mundo pueda ser, tal vez, un poquito mejor, algo que conseguiríamos si todas las personas que vivimos en él nos lo propusiéramos. No me voy a sentar delante de la tele para ver si algún día, entre anuncio y anuncio, dan la noticia de que todo está arreglado; prefiero poner mi granito de arena. Hace años se me ocurrió, por ejemplo, elegir un trabajo que me permitiera ayudar a la gente. Pero lo de contribuir a que el mundo sea un poquito mejor no tiene que ser necesariamente un trabajo, lo podemos hacer en nuestro tiempo libre. Compartiendo más sonrisas con gente desconocida, deteniéndonos en los pasos de peatones, respetando el descanso del vecindario, cediendo el asiento a una anciana, gritando menos, leyendo más, respetando a quien piensa diferente o repartiendo un poco de eso que realmente no nos hace falta y que es más de lo que muchas veces creemos. No podemos votar por Jesucristo, ni por Gandhi, ni por Martin Luther King, pero sí seguir su ejemplo, demasiada gente se ha olvidado ya de no desear al prójimo lo que no desean para sí mismos. Lo de ser funcionario, sin tele y sin novia deja tela de tiempo libre así que, cuando este medio me ofreció la oportunidad de llenar parte de él, decidí aprovecharla para ofrecer a mis vecinos y vecinas un poquito de buen rollo entre tanta tensión política. Preferí mirar a todo lo que me gusta de Algeciras, dejando que fueran otros los que hablaran de lo malo. Vamos a crear algo que no tiene ni El País ni la Razón, les dije. Sí, sin duda va a ser algo nuevo, respondieron.
Sr. Gilmore
