Y todas ellas son positivas, ya que ¿quién en su sano juicio pide un “favor”, argumentando torpemente la necesidad del mismo? Porque en eso de pedir el voto lo que se piden son favores. ¡Por favor, vóteme! Y es preciso hacerlo en forma de Campaña para que la petición del favor sea, -¿Cómo decirlo?- menos comprometida, más “normal”, como si no se pidiera. Y además, revestir esta petición, en ocasiones lastimera, de dignidad, de grandeza. Como si pedir un favor fuese el esfuerzo colosal que salvará situaciones desastrosas o algo así. No es de extrañar que quienes no hicieron aquello que prometieron, en anteriores citas electorales, deban pedir de manera algo más que sutil el favor del voto. Las gentes deben oír, aunque no quieran, ya que a todas horas surgen los avisos electorales, las paradójicas proclamas de las personas que necesitan ser votadas. Como si no votarlas, supusiera una tragedia, un descalabro para el “pueblo”. Y ésta es otra característica de las elecciones: la aparición del “Pueblo”.
Todas las personas que en estas campañas intervienen se acuerdan, y mucho, del Pueblo. Esa “entelequia” que sólo aparece en citas electorales, cuando a sus favores hay que acudir. Escribía Ricardo Mella, anarquista de renombre´, autor del artículo antes citado, lo siguiente: “Estoy maravillado. No pasan días por las gentes. No hay experiencia bastante fuerte para abrirles los ojos. No hay razón que los aparte de la rutina. Como los creyentes que todo lo fían a la providencia, así los radicales, aunque se llamen socialistas, continúan poniendo sus esperanzas en los concejales y diputados y ministros del respectivo partido.
“Nuestros concejales harán esto y lo otro y lo de más allá.” “Nuestros diputados conquistarán tanto y cuanto y tanto más” “Nuestros ministros decretarán, crearán, transformarán cuanto haya que decretar, crear y transformar”. Tal es la enseñanza de ayer, de hoy y de mañana (clarividente). Y así el pueblo, a quien se apela a toda hora, sigue aprendiendo que no tiene otra cosa que hacer sino votar y esperar pacientemente a que todo se le dé hecho. Y va y vota y espera”. Esa espera, que para muchas personas dura demasiado, más de 30 años, se convierte en desesperanza o indignación. Mejor indignarse que desesperarse, porque la indignación conlleva la fuente de una nueva esperanza transformador, un empoderamiento, como ahora se dice, y así, si el votar supone valorar ¿qué mejor método para ello, que aplicar la mirada a lo que se ha hecho o dejado de hacer? La pregunta sería: ¿si quien gobierna lo ha hecho de forma que Vd. está bien o mejor que antes? ¡No dude! Vote Vd. al que ha venido gobernando. Si no es ese el caso ¿Qué sentido tiene votar al mismo?