Tomarse muy en serio el reírse. Por María Caballero

Pocas cosas hay más necesarias en la vida que reírse. Los gaditanos son unos maestros en este arte, y se lo toman muy en serio. La pasión con la que viven el Carnaval, es una prueba de ello.

El Origen del Carnaval puede remontarse a la antigua Grecia y a la Roma clásica, y puede relacionarse con las bacanales, las Saturnales (al dios Saturno) y las lupercales (al dios Pan). El origen más claro del Carnaval de Cádiz es, sin embargo, el cristianismo y la Cuaresma. Su principal significación es que autoriza la satisfacción de todos los apetitos que la moral cristiana, por medio de la Cuaresma, refrena acto seguido.

En el sitio del norte de Castilla de dónde procedo, no recuerdo oír hablar del Carnaval en mi infancia y adolescencia, pero recuerdo claramente la Cuaresma y la Semana Santa, con el miércoles de ceniza y también los sacrificios, ayunos, tristeza y penitencia que esa época del año traía consigo.

Mi madre era gran observadora de estas prácticas, porque a ella también la educaron en el miedo y la culpa. Recuerdo que cuando tenía yo 10 años, estaba jugando en casa con una amiga y mi madre nos echó una bronca por estar gritando y riendo el día de Viernes Santo, día en el que debíamos estar tristes y afligidas porque Jesús había muerto crucificado en la cruz. Mi amiga se fue a casa preocupada y se lo contó a su abuela Encarna, una mujer maravillosa que era de Sevilla. Ella le dijo que había que respetar el sentimiento de mi madre, pero que ella entendía que si Jesús había dado su vida para salvarnos, era por amor, y podíamos estar alegres y agradecidas por su gesto.

Creo que esta diferencia de percepción, refleja muy bien una parte del carácter de los  castellanos y los andaluces. Si en el norte nos centramos más en la Cuaresma, en Cádiz se vive intensamente en Carnaval. Si la Semana Santa en el norte es frío, sacrificio, oscuridad, retumbar de tambores y tristeza, en el sur es emoción, luz, belleza, olor a azahar y saetas. Si el pecado para los castellanos es casi todo lo que supone goce y placer, para los andaluces, pecado es no honrar la vida, como decía la abuela gaditana de otra querida amiga. Tanto las abuelas andaluzas de mis amigas como mi madre, eran mujeres buenas, de gran corazón y devotas, pero la manera de entender la religión y la vida era muy diferente.

Desde que vivo en Tarifa, aprendo mucho de su gente: de su forma de vivir el presente, su ligereza, su ironía, sus bromas, su risa fácil. Aprendo de su manera de afrontar los problemas sin tanto drama y de su disposición a divertirse, a estar alegres y a darle gusto al cuerpo.

Particularmente, creo que es mucho más inteligente tomarse la vida y a nosotros mismos menos en serio. Hace tiempo pensaba que un desengaño amoroso se me pasaba cuando había sido capaz de llorarlo lo suficiente. Luego me di cuenta de que lo que verdaderamente mostraba que estaba superado, era el ser capaz de reírlo y de reírme de mí con mis amigas en el intento.

Aunque no soy ninguna experta en los carnavales, admiro profundamente el arte de los gaditanos para disfrazarse, para denunciar los problemas a través de las letras de las comparsas y las chirigotas, por su creatividad, sus pitos y su ingenio.

En una época en la que las redes sociales se llenan de “haters” u odiadores, yo prefiero a los “laughers” o reidores, los que viven intensamente el Carnaval, que tienen el arte de reírse primero de ellos mismos y luego del resto. Hacer drama y criticar es muy fácil, hacer reír aporta mucho más y tiene mucho más mérito.

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