Ahora, con ochenta años, puedo asegurar que el tema de la libertad ha sido una constante en mi vida. No creo equivocarme si digo que esto mismo le ocurría también a la mayoría de los hijos del franquismo. En esos años vividos en dictadura, cuanto eché de menos la libertad, sobre todo en lo político y lo cultural, pero tenía el trabajo diario en partidos y asociaciones que se oponían al régimen. Allí se percibía algo de esa libertad que tanto anhelábamos.
Hoy, después de la euforia de los años 80 y 90, observo que vuelven a existir partidos y corrientes políticas que intentan restringir o limitar la libertad. Por eso, hay que luchar todos los días por ella, y repetirle a cada generación que la libertad es algo valioso, que no se puede dar por sentado, y que hay que ganarse una y otra vez. Porque para ser realmente libres necesitamos una sociedad que ofrezca oportunidades a sus ciudadanos, permitiéndoles resolver problemas y pensar en el futuro.
La libertad no es solo la ausencia del mal. La libertad es la presencia del bien. Es el valor supremo, la condición en la que elegimos y combinamos las cosas buenas y las traemos al mundo, y así dejamos nuestra huella única y personal. Es una idea siempre en positivo. Por eso incluye el respeto a los demás, la tolerancia y la capacidad de llegar a consensos.
Pero la libertad hay que practicarla, una y otra vez, en cada generación. Hay que estar agradecido por la libertad y por las posibilidades que conlleva vivir en un Estado social y democrático de Derecho (art.1º de nuestra Constitución). Pero no debemos olvidar que la libertad es agotadora y exigente, porque requiere constantemente que uno asuma la responsabilidad de la propia vida y de la de los demás.
No basta con que desaparezcan las prohibiciones: libertad negativa. A esa se suele agarrar la derecha desde Diaz Ayuso a Milei, pasando por Trump, para defender los recortes en políticas sociales, las bajadas de impuestos y el Estado mínimo. Necesitamos también su versión en positivo, “la libertad para”. Se trata de la libertad para alcanzar nuestras metas y objetivos, sentando las condiciones para construir una sociedad más justa.
El historiador, Timothy Snyder, en su libro “Sobre la libertad”, defiende la importancia de la libertad positiva frente a la negativa, que considera insuficiente y a menudo engañosa. La libertad positiva, escribe, nos ayuda a saber qué sociedad queremos y cómo lograrla. Para eso no basta solo con el mercado y las rebajas de impuestos.
Así que, la dicotomía entre libertad positiva y negativa ya se ha visto superada. Son muchos los pensadores, entre ellos la estadounidense Martha Nussbaum (“libertades sustanciales”) y el irlandés Philip Pettit (“la no dominación, como vía hacia la libertad”), que reconocen que la libertad es inseparable de la capacidad de desarrollarnos y de las condiciones que la garantizan, como la democracia y el Estado de derecho. Por eso, cada día, sigo trabajando para construir, mantener y mejorar nuestra democracia, nuestro Estado de derecho, y por ende, la libertad.