Cuando la ciudadanía europea viaja a lugares menos favorecidos como Cuba o los campamentos Saharauis, hay algo de sus gentes que suele sorprendernos y que dice muy poco a favor de nuestra cultura occidental capitalista: Allí, lo poco que tienen, lo comparten. En ese aspecto, Algeciras no ha perdido el tesoro de solidaridad que poseen las culturas pobres y que en nuestras grandes ciudades se ha perdido casi por completo.Y así, pensando en tu gente, he decidido releer algunas de las cartas que envié a mis amistades de tan lejos y de las cuales siempre guardo copia. En esas cartas me he reencontrado con personas muy especiales de las que escribí porque sentía la necesidad de transmitir a mis seres queridos que no debían preocuparse por mí, que la hospitalidad algecireña me hacía sentir en familia.Me ha parecido justo publicar algunas de esas cartas y la que viene a continuación ha sido la elegida para empezar el año, por la sinceridad con la que hablé de esta tierra y, sobre todo, por el sentimiento que un gesto tan sencillo como regalar música a alguien que no conoces en absoluto puede provocar. Ahí va:
La otra mañana salí a la terraza de mi apartamento a practicar mis primeras lecciones de guitarra flamenca. Tengo remordimientos por el sufrimiento que debo causar a la vecindad con el monótono tran tran tran tran tran de mis rasgueos. Por eso me pareció perfectamente comprensible que el vecino de uno de los adosados de abajo, que estaba de bricolaje en el patio, pusiera la radio de su coche a toda pastilla. Mis estridentes la mi la mi la mi la mi la mi la mi la mi la mi la mi la mi la mi acompañaban a cantantes de lujho como Amaral o La Mari, ¡qué nivel!. De pronto oí un canto de sirenas que me arrastró al precipicio de la terraza para escuchar con los cinco sentidos y el alma. Sin soltar la guitarra, me esforcé al máximo en deducir el título de la canción con la intención de buscar en Internet el nombre del grupo. El tema acababa y todo lo que conseguí entender de lo que aquellas musas entonaban era Magia es verte sonreír. -Mierda- pensé cuando terminó la canción. Pero en lugar de la simpatía forzada del locutor de turno comenzó a sonar el siguiente tema. El vecino se cansó (no me extraña) de esas canciones de radio fórmula que suenan todas igual y había puesto un disco. Dudé una millonésima de segundo, cogí las llaves del apartamento y bajé a la calle en pantuflas.-¡Vecino!-. Asomando el hocico por la verja del chalet traté de llamar la atención de bricoman, que estaba de espaldas a mí con la música a toa leshe. -¡Vecino! ¡Vecinooo! ¡VECINOOOOOOOOOO!El hombre se giró y yo intenté gritar por encima de los altavoces del monovolumen con el fin de explicarle que estaba allí para averiguar a quiénes pertenecían la voces que me habían llevado hasta la puerta de su casa. No consiguió entender nada, aquellos altavoces tenían mucha más potencia que yo. Se acercó a la verja y me preguntó amablemente si me molestaba la música tan alta. Yo le dije que, con el estruendo que estaba causando mi guitarra, aquel volumen me parecía el más apropiado. -Sí, te he oído- me dijo. Insinuó que mis sevillanas infernales no le molestaban pero sus visibles esfuerzos por poner cara de sinceridad no resultaron del todo fructíferos. Pobre hombre, a saber cuánto tiempo llevaba soportando mi serenata esquizofrénica. Me invitó a pasar, sacó el cd del coche y me dijo que me lo prestaba para que lo grabase. Yo le agradecí el ofrecimiento y le expliqué que sólo quería saber cómo se llamaba el grupo para comprar el disco original. -Toma, te lo regalo. Yo puedo conseguir otro- me dijo. ¡Olé!, no estoy acostumbrado a esta hospitalidad. Andalucía es grande por lo grande que es su gente.El disco era de La comparsa femenina de Barbate así que ante la idea de las complicaciones que iba a tener para conseguirlo en las tiendas donde suelo comprar discos acepté que me lo prestara para grabarlo. Paco, que así se llama mi vecino, me dijo que trataría de conseguir otro para mí. Metí a Rinconcilla en su funda y puse el cd. Y ahora viene lo que motivó que le dedicara esta crónica a mi vecino Paco y, sobre todo, a aquellas sirenas disfrazadas de brujha de los mares.En esa música, en esas letras, encontré la explicación al amor desbordado que siento por esta tierra a la que acabo de conocer. Todo el embrujo de sus paisajes, toda la magia de su gente metidos en un cd. Ellas me han dado una idea de qué es lo que siento por Algeciras, por el Campo de Gibraltar y por toda la provincia de Cádiz, aunque no me han aclarado muy bien si el responsable es el Levante o el Poniente. Estas mujeres cantan a contracorriente (es el título del disco) a su tierra, al mar, a la bahía, a las madres, a las abuelas. A los políticos que van a Barbate a hablar del dinero negro pero se olvidan de las viudas de los marineros que dejaron su vida en el mar, a una mujer que va de feminista sobre sus altos tacones pero humilla a la que le limpia la casa sin seguridad social. A otra mujer, injustamente en prisión a la espera del juicio, a la ausencia de sus hijas, a la pena de su madre. Al amor, a la pasión, a toda la magia que trae consigo algo tan sencillo como una sonrisa.Cantan con la fuerza del levante y el poniente, con la bravura de nuestra mar, con esa energía matriarcal que tienen las mujeres andaluzas.En menos de dos minutos, que es lo que dura la primera canción, rompí a llorar de emoción. Sabéis que esto que siento por Andalucía es lo más parecido a estar enamorado y que mi trabajo es un cúmulo de afectos y tensiones. La música hizo que todo aflorase y no pude ni quise contener el llanto.Hay corazones tan grandes que suelen romperse por usarlos tanto y debe ser, compañero, que el tuyo lo usaste tal vez demasiado.Pensaréis que solté un par de lágrimas y seguí con la rumba. Estuve llorando canción tras canción hasta la séptima, tuve que quitar el disco porque ya no podía más. Flipé conmigo mismo como nunca lo había hecho. Lo escuché posteriormente tres veces más y las tres veces lloré. Aquellas mujeres a contracorriente me hicieron hipersensible a la felicidad. Agotado de tanto llanto, he pasado una semana sin atreverme a ponerlo. Esta tarde, por fin, he conseguido escucharlo con entereza. Sólo se me ha puesto la piel de gallina dos veces y los ojos vidriosos una. Pero lo bueno de todo esto es que estas chicas te dan una de cal y otra de arena. Con la emoción de la copla arrebujan la guasa de las chirigotas y claro, entre lágrima y lágrima, se me escapaban las carcajadas. Ahí estaba yo, bipolar total, llorando a moco tendido y partiéndome de la risa. 14/11/08.
Sr. Gilmore