IAM/ ALJ No cabe la menor duda que la candidata naranja, Inés Arrimadas, se ha coronado ayer como la gran ganadora de la cita en las urnas al lograr capitalizar la mayor parte del voto útil del constitucionalismo.
Así lo demuestra el batacazo sin precedentes del PP de Xavier García Albiol (apenas se anota tres escaños desde los 11 que obtuvo en 2015) y el raquítico aumento de los socialistas de Miquel Iceta, que suman un diputado con respecto a hace dos años. Lo de Arrimadas es una victoria sin discusión. Victoria con sabor agridulce, porque la realidad está enquistada y el independentismo revalida su mayoría absoluta con la suma de votos entre el partido de Puigdemont (que es la primera fuerza secesionista, pese a la huida del “expresident”), el de Junqueras y la CUP. En concreto, estos tres partidos se hacen con 70 escaños (la mayoría se establece en 68), mientras que los constitucionalistas se quedan muy lejos de la mayoría, con 57. El partido de En Comú-Podem (coalición de los comunes de Ada Colau y el partido de Pablo Iglesias representado por Xavi Domènech) saca ocho diputados, un buen resultado, teniendo en cuenta su absurda opción de votar por el árbitro en un Madrid-Barcelona.Ayer los discursos enfervorizados y mesiánicos de los nacionalistas-independentistas siguen sin conectar con la realidad, ni con los resultados de ayer que dividen por mitad la sociedad catalana. Por conectar con la realidad me refiero a la simple capacidad de reconocer la sociedad en la que vivimos con todo lo bueno y lo malo y las posibles salidas a un gobierno que proyecte un futuro mejor y unido a España y Europa. Pero esos principios lógicos y racionales no sirven para el nacionalismo catalán, como no servirían para explicar las creencias religiosas o el misticismo. Cada día tengo más claro que cuando hablamos de nacionalismo, estamos tratando un acto de fe, contra el que todos los argumentos se hacen trizas. Cuando los instintos reemplazan a las ideas todo se vuelve muy confuso y los mejores esfuerzos fracasan. Porque a un acto de fe, como es el nacionalismo, hay que oponerles, además de razones, otro acto de fe. Si, por supuesto, crees en la libertad, en la democracia y en la civilización. Y eso es lo que ha hecho en su campaña Ciudadanos de Cataluña.El nacionalismo está reñido con todas esas instituciones y categorías que nos han ido sacando de la tribu y nos han inculcado el respeto a los demás, enseñándonos a convivir con quienes son distintos y creen cosas diferentes de las que creemos nosotros, y hecho entender que vivir en la legalidad y la diversidad y la libertad es mejor que vivir en lo irracional (odio, desprecio y fanatismo). Somos individuos con derechos y deberes, no partes de una tribu, porque el formar parte de una tribu, es incompatible con ser libres. En las sociedades civilizadas es habitual una concepción según la cual el nacionalismo es un improperio. La superación del nacionalismo es proclamada como algo digno de esfuerzo. No sólo en los discursos y tratados políticos, sino también en los libros científicos, el nacionalismo se describe como primitivismo, atraso, reacción, falacia o enfermedad, mientras que la superación del nacionalismo se entiende como avance y como precondición para una civilización espiritual y democrática. Así que después de los resultados nacionalistas-independentistas de ayer, debemos seguir descubriendo, denunciando y oponiéndonos al nacionalismo, sin complejos de inferioridad, con razones e ideas, pero también con convicciones y creencias. Es lo mejor que le ha ocurrido a la especie humana, pero no a toda porque hay quien todavía quiere regresar a esa tribu feliz inventada que nunca existió.
Y para ello se han puesto una venda en los ojos que le impide ver la realidad del “procés” y todo lo malo que ha traído y que seguirá trayendo. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Tiempos inciertos nos esperan después del 21-D, porque el nacionalismo catalán sigue vivo, desgraciadamente, muy vivo.