Mi reino no es de este mundo. Por Rafael Fenoy

En verdad, en verdad os digo. Introducción reiteradamente utilizada en el nuevo testamento que precede a una afirmación contundente, a una máxima, a una sentencia. En tiempos de pasión la referencia a esta “muletilla” no parece extemporánea. Y en verdad, en verdad que cada año se repiten, a miles, las escenificaciones de acontecimientos que, según quienes creen, se produjeron hace algo más de 2000 años. Rememorándose o conmemorándose, nada más y nada menos, que la traición, la venganza, la injusticia, tortura, la agonía y la muerte de un inocente. Y cada año las gentes se engalanan para asistir a estas escenificaciones callejeras, acompañadas de bombo (bandas de musica) y boato para celebrar ¿qué? Un universo de contrastes no percibidos por buena parte de las personas nativas. Un primer plano de un rostro contraído por el dolor, del Escarnecido o de su Madre que le acompaña en estas horas de angustia.

Se abre el plano y aparecen militares con uniformes impecables, de los que cuelgan condecoraciones y símbolos de sus estatus de mando; clero, embutido en sus casullas bordadas de oro y plata, sotanas, roquetes y cíngulos de seda, pasos engalanados con candelabros, varales, jarrones de plata y oro, palios, joyas de las vírgenes, coronas de oro y plata,… y penitentes con capirotes, túnicas y capas finamente confeccionadas, e incluso hebillas de plata en sus zapatos. Damas de rigurosa mantilla. Autoridades “enfracadas”, portando varas de mando, medallones de concejales, concejalas, alcaldes, alcaldesas, diputados, senadores…

Todos ostentando los símbolos de poder civil, religioso o militar que se tengan, amén de armas de fuego escoltando a la representación de la mayor de las mansedumbres. Y todo ello situándose justo al lado de la figura de un hombre padeciendo escarnios, vejaciones, azotes, espinas e incluso clavado en una cruz. ¿Esto no suscita la mayor de las contrariedades? Y es que cualquier persona, aun si ser creyente, al mirar los rostros de las figuras procesionales comprende que este espectáculo chirría a todas luces. Cómo es posible que este Jesús mítico, que representa en la cultura cristiana la inmensa bondad, la buena fe, la compasión profunda, la absoluta empatía con sus semejantes, sobre todo de los que sufren, sea utilizado para concitar al mundo mundial a una fiesta en la que los poderes se manifiestan con tal pompa. Más allá de los sinceros sentimientos personales que suscita en quienes de verdad creen y se abandonan a la “gracia” del Jesús atormentado y el dolor de una madre ante el supremo sufrimiento de su hijo, el Show mediático contrasta brutalmente con los trágicos hechos que se supone se celebra: La muerte de un inocente. Rememorar la pasión y muerte de Jesús evoca necesariamente aquello de: “Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos, a mí me lo hicisteis”. Y esos poderes fácticos en procesión ¿no les tiembla la mano para un desahucio, para un despido, para no ayudar a quienes lo necesitan? Y quienes tienen mucho, y dicen ser portavoces de ese mensaje de paz y amor, ¿no venden al menos la mitad de eso que tienen y socorren a los pobres? La pasión y muerte de Jesús de Nazaret invita a rememorar los cientos de millones de inocentes asesinados y los que seguirán muriendo a pesar de las fariseas muestras de condolencia, de repulsas fingidas, de escenificaciones de “justa indignación” de los poderosos de la tierra, porque la esencia corrompida de las sociedades “civilizadas” se resume en la explotación de la inmensa mayoría del género humano y de cualquier forma de vida de la que se pueda extraer algo de plusvalía. Y si esto es tan, tan evidente, ¿Por qué no se le pone remedio? Algún lector pensará que se exagera al extrapolar a estos terrenos estas inocentes celebraciones. Y es posible que a la vista de los cortejos multitudinarios, donde las personas se arraciman, liberadas de las precauciones y preocupaciones, parezca que la mayoría allí se encuentra. Y esta constatación, aunque induzca a error, permite dimensionar la incoherencia entre lo que se ve y lo que se dice celebrar, que se supone es la “PASION Y MUERTE” de Jesucristo. Para más INRI (palabra que incluida en el castellano viene a definir una burla o trato desconsiderado hacia alguien), el letrero que, como insulto figura en las miles de cruces procesionales, refleja las siglas de la frase latina: “Iesus Nazarenus Rex Iudæorvm”. Jesús de Nazaret, rey de los judíos. Una enorme burla cargada de un significado político y eso a pesar de que Jesús le dejó claro a Poncio Pilatos que “mi reino no es de este mundo”. Al igual que Roma, con su letrero INRI, mandara un claro mensaje a quienes política y militarmente pretendían oponerse a su dominio en aquellas tierras, las muestras procesionales trasmiten un claro mensaje a la ciudadanía para que cada cual viva su fe, sus triunfos o miserias en el mayor de los aislamientos. Si las muchedumbres que se agolpan en las calles en torno a las procesiones lo hicieran igualmente para exigir un trato digno cuando de salud, educación o dependencia se trata ¿seguro que algo no cambiaría? Pero puede que haya quienes piensen que para qué implicarse si “su reino no es de este mundo”. Fdo Rafael Fenoy Rico

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Noticias de hoy

Lo más leído