En estos días se está proyectando en los cines la película de Martin Scorsese “El lobo de Wall Street”, que desvela las causas profundas del apocalipsis financiero de 2008, origen de una larga recesión mundial. La película trata de un tiburón de Wall Street llamado Jordan Belfort -interpretado por Leonardo de Caprio-, uno de los agentes responsable de las desigualdades actuales y que tan solo cumplió 22 meses de cárcel.
Martin Scorsese dice que “la película es la historia de una locura, de la obscena mentalidad de un negocio podrido, y así lo quise mostrar. Sin prebendas, con toda la libertad que necesitaba para dejar clara la impunidad con la que se movían esos sujetos”.
Sin embargo, no olvidemos que no fueron estafadores u oportunistas de pelaje medio, como el broker protagonista de la historia y su firma “Stratton Oakmont”, quienes condujeron a la economía mundial a la catástrofe, sino instituciones financieras de rancia prosapia y bancos de inversión o bancos a secas, pero eso si con mucho pedigrí.
A esos bancos lo llamamos sistémicos porque si caen arrastran a todo el sistema generando mayores costes de lo que supone su rescate. El discurso capital para entender el crash de 2008 no aparece en el filme en boca del protagonista interpretado por Leonardo di Caprio, sino en el brutal monólogo de Matthew McConaughey, “todo consiste en pasar el dinero desde el bolsillo de los clientes al nuestro”. Yo a la película la hubiera titulado “El lobo era Wall Street”. Esta película es toda una lección de cómo estafan los bancos con hipotecas basuras, participaciones preferentes, activos tóxicos y lo que se les ponga por delante. Solo posible, como dice Scorsese, debido a una mentalidad obscena y podrida para los negocios. Porque cuantos más accionistas, contribuyentes, trabajadores o clientes caigan desplumados, mejor y más grande será el botín. Lo único que cuenta es ganar mucho y muy rápido.
Lo mismo ha ocurrido en España con Bankia y otros bancos y cajas fallidas, con agujeros negros que han devorado miles de millones de los españoles y cuya onda expansiva ha pulverizado todo en kilómetros a la redonda. Alrededor del vértice de esa onda expansiva han revoloteado la mayoría de los protagonistas de estos años: gestores negligentes o criminales, políticos corruptos, promotores de pelotazo, gobernantes ambiciosos y reguladores de vista gorda. Aunque lo peor, como ocurre con el tiburón norteamericano, es que bajo la montaña de escombros y basuras dejadas en el derrumbe provocado con sus malas prácticas financieras, estos lobos o tiburones quedan vivos, intactos, sin despeinarse. Impunes.