IAM/ALJ Tanta información de los medios de comunicación (prensa, radio y televisión) sobre el procés ya agotado, la declaración unilateral de independencia fracasada y las elecciones catalanas del 21-D llenas de incertidumbre, nos llevan al hartazgo, pero de verdad: ¡Qué jartura! También la sociedad catalana ya está exhausta con tanto alboroto y discusión.
Dicho lo anterior, las elecciones autonómicas del 21-D deberían servir para iniciar la plena normalización de Cataluña, porque revertirían el múltiple desastre que ha supuesto el procés y la intentona secesionista, abortada con el artículo 155 de la Constitución Española que ha facilitado la salida electoral. Sin embargo, ha quedado la fractura de la sociedad catalana hasta extremos insólitos: en la vida familiar y vecinal, en las redes sociales o en el debate mediático. Ahora en Cataluña hay más abismos que complicidades. Y, jurídicamente, ha quedado demostrado que el Estado a través del orden constitucional sabe cómo evitar su destrucción.La inestabilidad económica buscada por el antiguo Govern se ha instalado, preanunciando un declive, en el crecimiento coyuntural del PIB para 2018, y también en el estructural como indica la deslocalización de más de 2.000 empresas, que han cambiado su sede, según los datos del registro mercantil de Cataluña. Ahora en el horizonte de Cataluña tras el 21-D el reto es múltiple: recuperar la convivencia y la cohesión social interna; conseguir la seguridad jurídico-política suficiente que permita el retorno progresivo de sedes de empresas trasladadas; devolver la dignidad a las instituciones pisoteadas por sus dirigentes; rescatar la confianza; y reinsuflar el prestigio internacional menoscabado. Esas son las tareas urgentes, no otras, que se resumen en restaurar el funcionamiento correcto de la autonomía, lo que llevará tiempo. Solo después de culminadas, serenados los espíritus y bajo una (deseable) dirección responsable (espero mejor que la anterior) se abrirá espacio para perfilar y negociar una mayor y mejor capacidad de autogobierno.Todo programa alternativo que no lleve esas prioridades y patrocine solo demagogia, agite las conciencias ante la supuesta revocación de la autonomía o haga ruido con el falso exilio de antiguos dirigentes, es humo distorsionador, y no ayudará a tranquilizar la vida política, ni tampoco a la opinión pública catalana.No me cabe la menor duda, sobre todo, después de conocer los datos de los sondeos publicados, que estas elecciones se presentan repletas de incertidumbres. Entre ellas, cuál de los dos bloques, el soberanista o el constitucionalista, obtendrá la mayoría de votos el 21-D. Y en el caso de empate político entre los dos bloques, es preocupante conocer que la función arbitral recaiga sobre la ambigua y ya irrelevante Cataluña en Común-Podemos.O quién será el ganador aritmético en votos (cada voto puede ser decisivo puede según las encuestas habrá empate técnico), algo impensable meses atrás pero real hoy porque la distancia en voto estimado entre ERC y Ciudadanos apenas es de un punto porcentual. El logro y el peligro de ese sorpasso de Ciudadanos constituye un sutil incentivo para los electorados en ambos espacios: se incentiva el voto hacia ERC dentro del espacio soberanista para evitar el vuelco, o se incentiva el voto a Ciudadanos en el espacio constitucionalista para que, finalmente, se produzca, con la carga simbólica que conlleva. Dicho lo dicho ya solo queda la campaña electoral y que hablen las urnas para acabar con las incertidumbres. ¿O no?