Las sociedades desde sus orígenes han estado divididas en clases. Probablemente, desde finales del periodo neolítico en el mundo ha habido tres clases sociales: clase alta, media y baja. A su vez se han subdividido de muchos modos, han llevado muy diversos nombres y su número relativo, así como la actitud que han guardado unos hacia otros, ha variado de época en época, pero la estructura esencial de la Sociedad nunca ha cambiado. Incluso después de enormes conmociones y de cambios, que parecían irrevocables, la misma estructura ha vuelto a imponerse, aunque no de igual forma sino con ligeras variaciones en el periodo del llamado estado de bienestar, que ahora se quieren cargar.
El esquema siempre se reproduce de la misma manera: la clase alta intenta mantener su poder, privilegios y riqueza, pero siempre llega un momento en que pierde la confianza en sí misma o su capacidad para gobernar se debilita, o ambas cosas a la vez. Entonces son derrotados por las clases medias apoyadas por las clases bajas. Este apoyo lo reciben las clases medias al asegurarle a las bajas que representan la libertad y la justicia y prometiéndoles igualdad, solidaridad y justicia social. Una vez que las clases medias alcanzan el poder y se convierten en clase alta, se unen a ésta, y entre las dos desplazan de nuevo a la clase baja a su lugar dicen que natural.
Da igual la época histórica que queramos revisar o las revoluciones que salieran triunfantes, siempre se reproduce el mismo orden social con una consecuencia lógica: la clase baja es la única que nunca alcanza sus objetivos. Michał Kalecki, uno de los más grandes economistas del siglo XX, que entendía el mundo dividido en clases, hablaba sobre la principal herramienta de la que han dispuesto y disponen las clases altas para mantener y disciplinar a las clases bajas, la existencia de una población excedente o ejército industrial en reserva. Con la crisis esta población excedente es cada vez más grande, pero el poder utilizarla como herramienta de disciplina se debilitaría con algo tan subversivo, aunque no lo parezca, como la Renta Básica, por eso se les hace insoportable a los de clase alta.
Todas las personas nacemos con notables diferencias: unas son más ricas que otras, otras más hábiles, otras más inteligentes, otras físicamente más fuertes. Hay más causas genéticas predominantes en unos casos y en otros, pero son las causas sociales o de clases las más decisivas. Centrémonos en las causas sociales de estas diferencias. Toda sociedad que merezca el calificativo de justa debe garantizar la existencia material a toda la población. Lo que quiere decir que las personas no pueden depender de otro u otros en su existencia social. Y si esa existencia social material está gravemente amenazada por uno o varios poderes privados o clases sociales, el Estado debería intervenir públicamente para garantizar la existencia social de cada uno de sus miembros. Quizás esta sea una de las razones más poderosa que encuentro a favor de la Renta básica.
Una de las formas más claras y contundentes de expresar parte de lo que quiero decir, es una cita de un Juez, Louis Brandeis, del Tribunal Supremo de los Estados Unidos: “Podemos tener democracia o podemos tener la riqueza concentrada en pocas manos, pero no podemos tener ambas cosas”. La Renta Básica, un ingreso monetario incondicionado en cantidad igual o superior al umbral de la pobreza, es uno de los medios más inteligentes en esta economía monetarista para garantizar nuestra existencia material, y uno de los pilares principales de toda sociedad democrática. Por supuesto, sólo la Renta Básica no garantiza esa existencia material, necesitamos también las prestaciones en especie del Estado, tales como Sanidad, Educación y Servicios Sociales. Todas ellas condiciones esenciales de la libertad y de la igualdad.