IAM/ALJ La semana pasada Podemos puso en la calle el “tramabús”, que pone cara y sitúa en el mapa la Trama de poderes políticos, económicos, financieros y periodísticos que han parasitado nuestra democracia y han saqueado nuestros derechos. Piden ayuda y dicen que necesitan la inteligencia colectiva para que la iniciativa sea verdaderamente efectiva. Estarán conmigo en que el “tramabús” es una idea genial para 2011, pero estamos en 2017. Y como dice el novelista Isaac Rosa, ha llovido mucho desde entonces, y los ciudadanos ya sabemos algo de tramas, mentirosos y villanos.
En este país conocemos al dedillo las hazañas de Rato o Blesa, el historial delictivo de Díaz Ferrán, la financiación ilegal del PP o la fortuna del clan Pujol. En el 15M muchos empezaron a dibujar la línea de puntos que une política, poder económico y corrupción. Queda mucho por dibujar, sí, pero con pincel fino, no con esos brochazos ya secos, porque la mayoría de los dibujados en el ‘tramabús’ son ex, su tiempo pasó. La mitad de ellos está en el banquillo, algunos condenados, incluso otros encarcelados. Así que si “la trama” es esa pandilla de viejos rockeros, ya podemos dormir tranquilos. Para mi ese es el mensaje tranquilizador que transmite el “tramabús”, aunque sea de forma involuntaria.Sin embargo, posiblemente en Podemos estarán satisfechos con la repercusión lograda. Portadas y minutos de telediario, trending topic y memes. Pero lo que de verdad exhibe el inocente autobús es la creciente dificultad de Podemos para marcar agenda, su incomodidad en la vida institucional, su nostalgia del pasado rebelde, y su miedo a perder la conexión emocional con sus votantes, que le está haciendo desaprovechar la gran oportunidad de renovar y ocupar el espacio de izquierda que ha dejado huérfano un PSOE dividido y gastado.
Podemos en vez de utilizar el parlamento y los medios de comunicación para plantear aquellos problemas urgentes y las cuestiones de futuro que no son prioritarias en la agenda de los partidos tradicionales, y a la vez demostrar que hay políticas alternativas, ha dirimido su futuro en un tempestuoso proceso que culminó en Vistalegre II. Y ha decidido optar por la estrategia del ruido y del espectáculo permanente, que le aleja de ser reconocido por la ciudadanía como un potencial partido de gobierno y le condena a un papel estrictamente testimonial, una Izquierda Unida simpática y juguetona.