En 1980, Juan Linz denunciaba en su obra “La quiebra de las democracias” a los demócratas “semileales” o más bien desleales, ya que no aceptan los resultados electorales, ejercen la mentira y la violencia y acuerdan políticas con los partidos o grupos más autoritarios. Ahora, esta es la política que practica el PP con influencia decisiva en el parlamento y en la opinión pública española.
Superando cualquier determinismo o dogmatismo, Linz pone de relieve en su obra la importancia de las variables políticas. Afirma que “ni la democracia estaba condenada a muerte en la década de los treinta ni necesariamente destinada a reinar en todo el orbe cuando cayó el muro de Berlín, como creyeron algunos en los felices noventa”. La democracia es vista por Linz como un valor en sí, pero si se anteponen los objetivos económicos a los democráticos, se origina la adjetivación de la democracia y la legitimación autoritaria.
Por eso tiene sentido la historia del pensamiento político, porque jamás navegamos por aguas inexploradas cuando pensamos en política. Entre las preguntas centrales, dos ya inquietaron a Aristóteles, y no han dejado nunca de tener la frescura de las contemporáneas o actuales: ¿Cuáles son las formas que el hombre ha inventado para gobernarse? ¿Cómo se producen los cambios políticos? Ambos interrogantes revelan de inmediato dos evidencias: no todas las sociedades tienen el mismo tipo de gobierno, ni los gobiernos son eternos. La experiencia motiva la reflexión. Pero es con Aristóteles con quien se convierten en puntos centrales de la reflexión política.
Aristóteles, buscando siempre la constitución ideal, identifica las seis conocidas formas de gobierno de acuerdo con dos criterios centrales: quién gobierna (uno, pocos o muchos) y cómo se gobierna (bien o mal). Estas formas de gobierno no son vistas por Aristóteles como entidades inmutables: la historia demuestra que con frecuencia se presentan “las mudanzas” políticas. Y con las turbulencias políticas, la estabilidad se esfuma y reina el caos. Ciertamente, la democracia es tan fácil de perder como difícil de recobrar.
La estabilidad de la democracia depende tanto de su eficacia como de su estabilidad. En una obra clásica sobre el cambio político, Tocqueville decía que los hombres pierden el poder cuando se han vueltos indignos de sostenerlo. Esta idea es recogida por Linz en su libro, distinguiendo eficacia (capacidad de solucionar problemas) de efectividad (capacidad de poner realmente en práctica las medidas adoptadas con el resultado deseado). El debilitamiento de estos tres elementos: legitimidad, eficacia o efectividad, es otro elemento principal de “la quiebra política”.
Linz insiste también en su obra que el sistema de partidos que existe en una democracia, no es simplemente un reflejo de la sociedad política, sino un factor determinante que la moldea. Y, por ejemplo, señala los rasgos de un sistema de partidos que puede incidir en la caída de la democracia, como la existencia de dos grandes partidos con una máxima distancia ideológica o pluralismo polarizado. Esta polarización está fuertemente vinculada con la inestabilidad de la democracia, mientras que el pluralismo moderado se asocia con su estabilidad.
Otro elemento de la quiebra democrática es la actuación de la oposición. No hay democracia sin oposición, pero puede desaparecer la democracia cuando la oposición rompe los compromisos que aquélla supone. La oposición desleal es una amenaza importante pues busca el cambio político a través de bulos y mentiras o medios no democráticos, como hace el PP. Linz plantea para estos casos una prueba de “papel tornasol” para verificar la lealtad de la oposición al régimen democrático.
La oposición leal debe caracterizarse básicamente por: 1) compromiso de llegar al poder por la vía electoral; 2) rechazo al uso de la violencia; 3) rechazo a la apelación no constitucional a las fuerzas armadas. El proceso de caída de la democracia es el lento cambio de legitimidades de un conjunto de instituciones a otras. El derrumbe se inicia “por la incapacidad del gobierno para los cuales las oposiciones desleales se ofrecen como solución”. Los problemas estructurales, dice Linz, no son la causa inmediata de la caída, pero minan eficacia y legitimidad, y es la agudización sin respuesta efectiva lo que desencadena el derrumbe total del sistema democrático.
En estos momentos, en esta España de desconfianza institucional y de los políticos, no de la política, el libro de Linz es de lo más útil para orientarnos, tener los ojos bien abiertos y atar sólidamente por el Gobierno unos compromisos de lealtad democrática, mediante la redacción de un pacto político con las fuerzas progresistas, pero eso sí, sin atajos porque estos son siempre peligrosos.