Ya no los coordina su titular, por su fallecimiento en 2009, sino Celia Fernández Prieto, Profesora titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Córdoba y Amelia Valcárcel, Catedrática de Filosofía Moral y Política de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).
En esta ocasión el seminario ha tratado un tema muy especial, “la confianza”, abordando sus diferentes aspectos desde diversas disciplinas: de la psicopatología a la ética, de la sociología y la economía al periodismo o la escritura autobiográfica. La confianza se trata de una actitud humana, no virtud cardinal, como se dice a veces. La confianza es la seguridad que una persona tiene en sí misma basada, en mayor o menor grado, en el conocimiento de sí mismo, de sus capacidades, de su potencial o de la aptitud que tiene para llevar a cabo algo o ponerse al frente de algo. Así mismo, la confianza es vital para estrechar lazos entre dos o más personas, por eso la hace fundamental para el desarrollo de las relaciones humanas, ya sea en el plano de la comunicación interpersonal privada, ya sea en el ámbito más general de la vida pública, pues la confianza (o, su contrario, la desconfianza) modula todas las formas del intercambio cultural, político y económico. Parece claro que vivimos en un mundo donde la confianza en el otro (sea político, periodista, docente, intelectual, etc.) parece seriamente dañada. Inclusive hay un refrán que lo dice “Donde hay confianza da asco”. Porque cuando la confianza es excesiva, se puede llegar al irrespeto y a provocar malestar en las otras personas. Así que, si somos confiados, seamos, también prudentes y precavidos. Ya Stefan Zweig en su libro “La desintoxicación de Europa” se quejaba de una atmósfera en la que “tantos los individuos como los Estados parecen más bien dispuestos a odiarse mutuamente que a otra cosa. La desconfianza mutua se revela infinitamente más fuerte que la confianza”. Hasta el evangelio dice “ama al prójimo como a ti mismo”, pero no por eso tienes por qué creer o confiar en él.
Así que una cierta desconfianza es siempre conveniente para la supervivencia. Conviene mirar el código de barras, no solo para informarnos de la caducidad de los alimentos, sino también de las ideas. Pero para mantener y renovar un espacio de civilización democrática es imprescindible también una confianza básica.
En España, por ejemplo, una confianza básica indispensable sería poner fin a la pesadilla del franquismo, cerrando esa etapa histórica con verdad, justicia y reparación, se lo debemos a las víctimas del holocausto español. Y, sin embargo, ¿por qué todavía hay voces, y algunas muy influyentes, que se oponen a que el Estado asuma la exhumación de los desaparecidos? ¿Por qué hay personas justamente sensibles ante unas víctimas y fríamente indiferente ante otras? No es una cuestión de partidos ni de ideologías. Lo que se dirime, realmente, es la humanidad o la inhumanidad.
O, si se quiere derechos humanos, que en el fondo son un buen esquema de confianza. En el plano personal debemos confiar en nosotros mismos, si queremos hacer cosas. Esa es la mejor pedagogía: confiar en nosotros mismo. Y decirnos: Tú puedes. Hazlo