Decía Ortega y Gasset: “España es el problema; Europa, la solución”. Más de un siglo después, la manida fórmula de Ortega sigue siendo exacta, porque Europa Unida es la única utopía razonable inventada por los europeos para preservar la paz, la prosperidad y la democracia en el continente.
Hablo de una Europa federal capaz de conciliar la unidad política con la diversidad lingüística y cultural. Europa no es solo un proyecto histórico, también es la gran empresa política del siglo XXI: la más ambiciosa, urgente y revolucionaria. Ahora, sólo falta que los europeos estemos a su altura.
Por el momento se ha difuminado el miedo a que otro de los países grandes como España incorporará a los ultras a su poder ejecutivo. Pero el susto permanece. Cada elección se está convirtiendo en una prueba de resistencia por la actitud del PP, que no duda en aceptar las condiciones de los ultras cuando los necesita para gobernar.
El 1 de julio España ha vuelto a ejercer la presidencia de turno de la UE, aunque el gobierno esté en funciones. Esta es la quinta vez que España ostenta la Presidencia del Consejo de la Unión Europea. Las anteriores fueron en los años 1989, 1995, 2002 y 2010.
Esta es una gran ocasión para relanzar el proyecto europeo; nuestro país posee condiciones para hacerlo. De entrada, por tamaño e importancia: España no es ni lo bastante grande para inquietar a los grandes -Francia y Alemania-, nunca lo ha sido, ni lo bastante pequeño para ser irrelevante, porque no puede serlo la cuarta economía de la UE.
Además, a diferencia de algunos países esenciales -como Francia, que padece una derecha y una izquierda atascadas en el nacionalismo-, España sigue siendo uno de los países más europeístas de la UE. Añadamos que el Gobierno español es, por ahora, el más progresista de Europa, aunque esté por decidir si habrá gobierno de Sánchez o nuevas elecciones, situación que no se resolverá de forma inmediata.
Por otro lado, la presidencia de la UE llega en un momento propicio, puesto que las tres grandes catástrofes recientes han supuesto tres bendiciones: el Brexit, el peor error cometido por los británicos en siglos, fue una vacuna tan eficaz contra las pulsiones separatistas que en Francia, Le Pen ha arrumbado el delirio del Frexit, y en Hungría, Viktor Orbán no quiere verse fuera de la Unión; la COVID-19 provocó el mayor salto federal de la historia europea, y la guerra de Ucrania, nos ha unido más que nunca, a pesar de Putin y su intención de dividirnos.
Dicho esto, una pregunta se impone: ¿Qué puede hacer nuestro país para acercar la realidad a la utopía? A mi juicio, las tareas capitales siguen siendo dos. La primera, lograr que la UE deje de ser un proyecto elitista, nacido de la lucidez providencial de un puñado de políticos e intelectuales, que a mediados del siglo XX se conjuraron para no volver a repetir los dos apocalipsis que acababan de arrasar el continente, y convertirla en un proyecto popular, democratizando a fondo sus instituciones.
La segunda tarea no es menos decisiva: sustituir el paradigma competitivo y excluyente del nacionalismo, que ha regido Europa en los dos últimos siglos (una lengua = una cultura = una nación = un Estado), por el paradigma cooperativo e incluyente del federalismo, que propugna un único Estado plurilingüístico, pluricultural y plurinacional. Se trata de buscar la unidad política sin confundir unidad con uniformidad, porque lo que nos une es mucho más importante que lo que nos separa.
La diversidad es el problema y la riqueza de Europa, pero hay que ir con cuidado porque si Europa se convierte por los nacionalismos en algo tribal puede ser un veneno. Así que, si seguimos cultivando el Estado-nación como modelo final, programa defendido por las derechas más ultras, la UE habrá elegido el camino equivocado. Por eso hay que virar ya de ese destino que puede ser maldito y recuperar la verdadera democracia que iluminó el origen de la UE. El abrazo a la cultura y la búsqueda personal de la nobleza de espíritu deben ser sus recetas para nuestro incierto futuro.
Las dos tareas señaladas son ímprobas pero esenciales para la construcción de una Europa unida de verdad. EE UU tuvo la hegemonía en el siglo XX, ahora, en el XXI se lo están disputando EE UU y China; en esa disputa, la UE debería tener mucho que decir. Ojalá lo diga ya. Me repito: “España es el problema; Europa, la solución”: más de un siglo después de acuñada esta manida fórmula de Ortega sigue siendo cierta. Ojalá nuestro próximo gobierno -sea del color que sea- lo entienda así.
Un comentario
El problema no es España, el problema es el señor Sánchez que no tiene escrúpulos y Feijoo que no ha sabido liquidarlo y nosotros que nos estamos cargando la democracia dejando que nos gobiernen las minorías que pretenden el desgobierno.