IAM/RF El que hoy en día se lea mucho o poco, no para de ser objeto noticiable, bien a fuerza de descarnar la última encuesta sobre consumos culturales, la posición del alumnado español en las pruebas PISA, el último informe del CIS, del INE o la universidad de turno, sobre hábitos lectores…
Más allá de los análisis, que sobre los niveles de lectura se haga, es indudable que hoy se lee mucho más que nunca en España. El acceso de la palabra escrita a las personas se ha facilitado, extendido e impuesto de manera contundente. En una sociedad casi analfabeta, como ha sido la española hasta las últimas décadas del siglo XX, leer era casi imposible porque los textos escritos no estaban presentes en muchos entornos sociales. De hecho trabajar en los sectores primarios e incluso secundarios de la economía española no requería pericia lectora. En las escuelas se carecía de bibliotecas y el alumnado, que podía, sólo tenía acceso a una monocroma “enciclopedia” o “catón” que contenía todo lo necesario para ser aprendido, ¡ah! y en las casas ni un solo libro.Hoy hay quien se queja de que se lee poco. Sin embargo el consumo lector se ha multiplicado de forma exponencial y esta tendencia no para de crecer.
La lectura se hace a diario, dedicándole un tiempo importante. Los mensajes de textos en los medios digitales, los múltiples avisos escritos que la ciudadanía recibe tanto por correspondencia, como mediante cartelería, el bombardeo publicitario en todo espacio público, los textos que acompañan casi de forma imperceptible a los audiovisuales, en las pantallas de cine y televisión, o las lecturas más sosegadas de revistas, periódicos e ¡incluso libros!, dibujan un panorama nada desértico en cuanto a la lectura.Entonces ¿a qué viene tanto discurso catastrofista sobre la ausencia de lectores? Es evidente que la industria editorial, la que se dedica a vender textos, no pasa por un buen momento. Es más parece llamada a transformarse para no morir, tal cual la conocemos. Esto no quita el reivindicar no tanto la cantidad sino la calidad de lo que se lee y también la necesidad de poder disfrutar cierto sosiego para la lectura, aunque sea entre líneas. Fdo. Rafael Fenoy Rico