Yanis Varoufakis, exministro de Finanzas griego, dice en una entrevista del pasado domingo en El País que “España aún corre el peligro de acabar igual que Grecia”. Opina que el tercer rescate a Grecia “está diseñado para fracasar” y para forzar la salida de Grecia del euro. Y todo, orquestado por el ministro alemán de Finanzas, Wolfgan Shaüuble, que en sus declaraciones cree necesario limitar las competencias de la Comisión Europea para “imponer la troika en todas partes. En Madrid y en Roma. Pero especialmente en París”. El ministro alemán sabe que el Gobierno francés ni cree ni practica la austeridad impuesta porque es una política miope e insensata que no ayuda a encontrar una solución a la crisis, sino que forma parte del problema.Sin embargo, hoy el mayor problema de Europa no es Grecia sino Alemania, que quiere convertir Europa en una jaula de hierro, sobre todo para esa mayoría de Gobiernos que no creen en la austeridad, pero están obligados a mantenerla porque se la impusieron. No se pueden admitir los modos y comportamientos crueles de Alemania con Grecia asfixiándola con la falta de liquidez y el cierre de los bancos por defenderse de la tan humillante como deprimente miseria social de la política de austeridad impuesta por Alemania. Esas situaciones nos obligan a examinar la historia reciente de Europa y, a partir de ella, pensar nuestro futuro común, que debería ser respetuoso con la diversidad como condición de paz, de dignidad y de convivencia democrática.El problema alemán siempre fue ser demasiado grande para Europa y demasiado pequeño para el mundo. En 1945 la solución encontrada para contener el problema alemán, responsable de millones de muertos y sufrimientos terribles en Europa, fue la división de Alemania: una parte, bajo control soviético y otra, bajo control occidental. Esta solución fue eficaz mientras duró la Guerra Fría, pero resultó ineficaz con la reunificación alemana.Pero la reunificación alemana no fue diseñada como un nuevo Estado, sino como una ampliación de Alemania Occidental. Eso condujo a pensar que la solución estaba finalmente dada tras la creación en 1957 de la Comunidad Económica Europea (más tarde Unión Europea), con la participación de Alemania Occidental y con el objetivo, entre otros, de contener el extremo nacionalismo alemán.Esta solución funcionaba “automáticamente” en tanto Alemania estuviese dividida. Después de la reunificación esta solución dependería de la autocontención de Alemania, del consenso en las decisiones y de la progresiva convergencia entre los países europeos. Pero los dos primeros pilares cayeron y la creación del euro dio un golpe final en el pilar de convergencia. La crisis griega es tan trascendente porque ha revelado que el tercer pilar también colapsó. Por eso a los que hablan del fracaso de Grecia, les diría que ha perdido la batalla pero ha ganado la guerra y ha cambiado el debate de los europeos.A los griegos debemos el trágico mérito de mostrar a los pueblos europeos que Alemania no es capaz de autocontenerse. La nueva oportunidad dada a Alemania en 1957 acaba de ser desperdiciada. El problema alemán está de vuelta y no augura nada bueno conociendo el plan para rediseñar la eurozona de su ministro de Finanzas Wolfgan Shaüuble. Este ministro no es nuevo en esta plaza, ya fue ministro durante el proceso de reunificación con el canciller Helmut Kohl. Y su furia financiera contra la Alemania Oriental tuvo que ser políticamente contenida por tratarse del mismo pueblo alemán. Los griegos y, de aquí en adelante, todos los europeos pagarán caro no ser alemanes, a menos que Alemania sea democráticamente contenida por los demás países europeos, porque son los ciudadanos europeos, no los banqueros o acreedores, ni Berlín, los que tienen que decir la última palabra sobre las cuestiones que afectan al destino de Europa.