Si se añade “por compasión” puede sonar a título de película pero no es una ficción. Ni arsénico por compasión, ni cianuro para dos. La cuenta atrás se agota y quienes la iniciaron ya no están en la Junta de Andalucía. Este pequeño detalle puede explicar por qué quienes los sustituyeron no le han echado cuenta al cronómetro que establecía, al finalizar el año 2022, el momento en que podrían todos los centros educativos andaluces quedar libre de este veneno para los pulmones. Tan alta peligrosidad de este material, que aún se encuentra en numerosos centros educativos, conlleva que su retirada sólo puede realizarla empresas especializadas, que cuentan con equipos de protección necesarios. Miles de personas asisten a centros con amianto en sus estructuras a pecho descubierto. Ninguna medida preventiva, a pesar del conocimiento cierto de que allí el maléfico producto se encuentra. En 2003, va para 20 años la Conferencia Europea sobre el Amianto publicó una Declaración instando a que la OIT (Organización Internacional del Trabajo) ayudara a los distintos estados miembros a elaborar planes de acción nacionales para la gestión, el control y la eliminación definitiva del amianto del entorno laboral y social. Desde 2010, un sindicato, pionero en denunciar la existencia de amianto (CGT), comenzó sistemáticamente a informar a las comunidades educativa, al personal que trabajaba en centros educativos, la existencia del Amianto y los enormes riesgos contra la salud que se corrían al ser un material peligrosísimo para el normal funcionamiento de los pulmones. En otros sectores productivos, desde la década de los años 70 del siglo pasado en Alemania y desde los 80 en España, se venían requiriendo medidas preventivas y cuando se producían fatales desenlaces indemnizaciones. Y es que el amianto basta respirarlo para que sus nefastos efectos produzcan lo que se denomina asbestosis. Esta enfermedad, que se hace crónica, está causada por la inhalación de fibras de amianto que quedan depositadas en los pulmones. Estas fibras, microfibras, generan cicatrices en el tejido pulmonar y lo incapacitan para utilizar aire. No es una enfermedad que dé la cara de inmediato, sino que pasa bastante tiempo hasta que se manifiesta. Esto permitió durante años a muchas empresas manipuladoras de amianto, por ejemplo las uralitas de antaño, evitar indemnizar a las personas que enfermaron porque en ellas trabajaban. Hasta 2016, en la Educación Pública andaluza, no se anuncian medidas por acuerdo de 5 de julio de 2016, del Consejo de Gobierno, en el que se aprueba la planificación de la retirada progresiva del amianto en las infraestructuras públicas educativas. Dotado con 60 millones de euros preveía: “que en 2022 a través de la programación anual de obras de la Administración educativa andaluza ya se haya intervenido en la mayor parte de los mismos para mejorar las condiciones de habitabilidad y sostenibilidad de estos centros”. Faltan 9 meses para que finalice el plazo y queda aún muchísimo por hacer. Con ser todo un indicio, del incumplimiento de este plazo que así misma se dio la Junta de Andalucía, la preocupación es mayor por la falta de transparencia en la evaluación y gestión del ingente número de centros educativos donde debe actuarse con premura. En todos los textos de la administración se pretende tranquilizar a la ciudadanía mediante una especie de mantra que dice: “aunque su mera existencia no suponga un peligro”. Sin embargo basta indicar un modo bastante sencillo por el que la fibra de amianto, situada en tejados o falsos techos (por lo que no se encuentra visible). En este caso dicen que se encuentra “encapsulada” “aislada” “segura”, acaba en los pulmones de las personas que allí trabajan. En un Instituto Educativo concreto se forman goteras. El agua de lluvia, por falta de mantenimiento de las cubiertas, se cuela por los tejados y pasa por la fibra de amianto, arrastrando microparticulas. Las gotas caen al suelo del pasillo, del taller, formando pequeños charcos. Hasta aquí unas inocentes goteras que, una vez evaporada el agua, dejan un polvillo finísimo de micro partículas de amianto (asbesto) y el mismo aire y las pisadas de quienes por allí deambulan, creyendose seguros, las expanden por las atmosfera del recito y acaban alojadas en los pulmones de alumnado, profesorado y personal del centro, desprevenidos aunque “su mera existencia no suponga un peligro”. Si es peligroso, ¿por qué al menos una vez al año no se revisan todas las instalaciones, sobre todo cubiertas y fachadas, y se acometen todas las obras de mantenimiento de todos los edificios educativos andaluces que contienen amianto? Como en la gran pantalla, tampoco la mera existencia del arsénico o el cianuro suponen un peligro… siempre que Vd. no se lo tome.