Algeciras no te escondas: Aplaudir la tortura

La causa del subidón es que funciono con energía solar y, con tanta lluvia, me quedaban sólo un par de rayitas. Así que salí a la calle sin importarme demasiado a dónde ir, la cuestión era disfrutar del calorcito invernal.Tras una ensalada de patata y atún encebollado, pescado fresco a la salsa de anchoa, Barbadillo, flan casero y copita de Pedro Ximénez un paseo por la calle Ancha. Ser feliz no es tan complicado como parece. Este viernes tarde el centro tenía una luz especial, la del reflejo del sol en las caras alegres de la población algecireña, la de cientos de niños y niñas con simpáticos disfraces paseando de la mano de sus mamás o sus papás. La de nuestra adolescencia, con su acné y sus flequillos, una pequeña multitud ansiosa por ver terminadas las obras en Regino Martínez y recuperar la totalidad de ese espacio peatonal donde se reúnen para fraguar sus primeras amistades o encontrar sus primeros amores en tardes de fin de semana. La de la mirada de una joven mujer de piel delicada y cabello azabache vestida con bata blanca, clavándose en mis ojos y en mi corazón a través del escaparate de una óptica. San Valentín ha pasado a celebrarse el diecinueve de febrero.Una hoja de periódico ensuciando el suelo me informa de que la cabalgata del Carnaval Especial se adelanta a hoy por la previsión de lluvia del domingo. Ya sabía yo que este solecito no iba a durar mucho, pero doy gracias por una tarde de carnaval, la batería cargada y la ropa seca. Me acuerdo de que necesito ropa y descubro que las mejores prendas las dejan para las segundas rebajas. Al llegar a casa entro en la web de este diario para ponerme al día de lo que pasa por mi ciudad y leer los comentarios a la “Algeciras no te escondas” de la semana pasada. Me emociona mucho leerlos y me inspiran para la crónica siguiente, para ésta. Tres millones de gracias.Una noticia del día dieciocho llama mi atención. En un episodio de la serie de dibujos animados, “Vipo, las aventuras del perro volador”, un personaje dice lo siguiente: “Las corridas no son justas, obligan a luchar al toro aunque él no quiera hacerlo. Él no quiere hacer daño al matador, ellos son muchos y Billy está ahí sólo, es un toro pacífico”.Hace años que tomé la sabia decisión de vivir sin televisión (la prensa la leo a veces pero me la creo sólo a medias). Ahora tengo mucho más espacio para libros en el mueble del salón y en la cabeza para las cosas realmente importantes. Pero también hay efectos secundarios: en cuanto cojo un periódico me voy directamente a las páginas de televisión. Me gusta estar al día de lo que se cuece por el mundo televisivo, me sirve para reafirmarme en mi postura de seguir como hasta ahora, sin saber ni qué forma tiene un té-de-té.Pero no todo lo que viene de la televisión me parece estúpido. Que ese medio tan mal aprovechado sirva como instrumento para que nuestra sociedad desaprenda que todas las tradiciones, por crueles que resulten, tienen justificación me parece una buena noticia. En el capítulo animado se cuenta la historia de que hace mucho, mucho tiempo, España estaba plagada de toros salvajes por lo que la población, atemorizada, los mataba. Desconozco si la historieta está basada en un hecho real pero estoy convencido de que podría estarlo.Hace también mucho, mucho tiempo, en la India, unos sacerdotes erigieron a las vacas como animales sagrados. Se convirtió en pecado mortal maltratar a una vaca, lo que impedía, obviamente, comérsela. Por aquel entonces, hasta las familias más pobres, disponían de una vaca que les servía para labrar la tierra y nutrir a la infancia con su leche. Si el hambre llevaba a los campesinos a matar a sus vacas para alimentarse con su carne, dejarían a sus familias sin leche y sin productos de la tierra pues el animal era la base de su sustento. Aquella superstición salvó a miles de familias y, hoy en día, las vacas se siguen considerando animales sagrados.Podríamos pues, combatir nuestra tradición con una superstición. A partir de ahora, matar a un toro de lidia conlleva quince años de mala suerte. Aplaudir su tortura, cinco.

Sr. Gilmore

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