Eran mi brazo armado anónimo, dice Trillo sobre las legendarias Rockocó, Callejones y avenidas y Madrid, las calles del ritmo, publicaciones que nunca quiso firmar y a las que no quería poner su cara, pese a la insistencia de Paloma Chamorro que siempre quiso entrevistarle.
La publicación hablaba por sí sola: mods, punks, siniestros, rockeros, teddy boys o heavys. Cada tribu urbana que surgió en la noche madrileña desfiló ante el objetivo de Trillo y acabó retratada en aquellas publicaciones con sus melenas desbocadas, su particular estilo y su deseo de libertad en una España que luchaba por deshacerse de la herencia de la dictadura.
Rockocó fue la primera y como el resto, son ediciones que hubiera sido imposible que viera la luz durante el Franquismo, explicaba hoy el fotógrafo durante la inauguración de la exposición La Primera Movida, que permanecerá en el Círculo de Bellas Artes de Madrid hasta el 25 de octubre.
La muestra incluye, además de Rockocó (1980-1984), ediciones originales de Callejones y avenidas (1985-1987) y Madrid, las calles del ritmo (1986), procedentes del Archivo Lafuente.
Trillo (Campo de Gibraltar, 1953) se mudó joven a Madrid y se dedicó a retratar aquella inesperada escena musical nocturna que acababa de surgir y que desde luego no era la banda sonora que se esperaba de la Transición.
La capital, Madrid, y los cambios en su escena musical fueron el principal interés del foco de la nueva generación de fotógrafos que integró el autor, junto a nombres como Alberto García-Alix o Pablo Pérez-Minguez, y que quería romper con el pasado.
Nos acostumbramos a aquella España que olía a pueblo -explica., por eso no queríamos salir de Madrid, solo queríamos estar aquí.
Cuando hizo estas ediciones todavía no se consideraba un fotógrafo profesional pero sentía la necesidad de crear con su cámara y de mostrar su trabajo: Es como si hoy hicieras fotos con el móvil, pero no pudieras compartirlo en Instagram.
Los fanzines los confeccionaba como si fuera un álbum de cromos: pegaba las fotos, cortaba palabras para los textos y los pegaba a mano, luego los fotocopiaba y los repartía en las salas de conciertos, las tiendas de discos y el Rastro madrileño.
Al principio texto y foto comparten protagonismo, pero poco a poco, la foto gana peso.
Su importancia como testigo de una época es tal que Rockocó forma parte de la colección permanente del Museo Reina Sofía.
En las de la exposición, todas ellas en blanco y negro, se puede ver posando a los protagonistas de toda una generación. Bares, como el mítico Rockola, discotecas y conciertos eran los escenarios de esta improvisada generación, marcado por la libertad sexual, la música y la contracultura.
Entre las fotos de Trillo se adivina algún protagonista conocido como un retrato del grupo Alaska y los Pegamoides al completo, o los estadounidenses Stray Cats, pero también hay multitud de caras anónimas de fiestas rockabilly y conciertos de todo tipo.
Igual que los músicos hacían maquetas, yo hacía fanzines, dice Trillo que aunque reconoce que algunas de las imágenes perdían calidad por el proceso de fotocopia, se pregunta: ¿Entonces porque se agotaban?.