-Ya tengo una edad y a estas horas entre semna la gente de bien se queda en el sofá viendo la tele.-Ivy, pero si hace años que no tienes tele. Además, ¿desde cuando tú eres gente de bien?- me dijo Dirty Sanchez.-Pues también tienes razón. Voy para allá. Fui para allá y valió la pena acostarse tarde.Su estilo resulta difícil de definir, algo que tampoco pretendo porque mi intención no es estudiar la música sino sentirla y la de Astrolabio la sentí. Cinco muchachos que saben transmitir su pasión por el sonido: dos guitarras eléctricas bien avenidas que se manejaban tan bien con una balada para hacer el amor que con un solo de heavy para demoler La Moncloa con un bulldozer (larga vida al Rock and Roll). Un teclista cantante que disuelve en el sonido unas gotitas de psicodelia, llegué a cerrar los ojos y me vi rebozándome en el barro de Woodstock al ritmo de un Hammond lisérgico. El batería tocaba a un ritmo tan endemoniado que parecía tener los brazos sobredimensionadamente largos, un mutante con dos frenéticas baquetas en lugar de manos. Y el bajo, que suele desempeñar un papel secundario, se ganó un puesto de protagonista a pulso, aunque se trataba de una película coral, sin estrellas ni lideres. En la invitación que recibí se les definía como banda de Algeciras que no se quiere etiquetar en ningún estilo pero suenan a Deputamadrejoder”. Acertada definición, el secreto: cinco buenos músicos que se llevan bien y que disfrutan con lo que hacen. Larga vida a Astrolabio.
Una crónica de Poison Ivy