Vicente como otros tantos personajes con sus carencias psíquicas, formaba parte del paisaje urbano de aquella añorada Algeciras de mediados del siglo XX, que en el caso de este ferroviario de vocación y hasta de corazón se circunscribía a la zona de la estación del ferrocarril y sus alrededores. Y es que la Algeciras de Vicente iba de la Renfe al muelle por la calle Alameda y vuelta a su casa que eran los vagones de mercancías donde dormía. Vicente la gozaba con su gorra de ferroviario, su varita de jefe de tren viajando desde la estación al muelle y regreso en el estribo de un vagón del expresos agarrado al pasamanos. Vicente comía todos los días de restaurante, ya que la emblemática “Casa Alfonso” no lo dejaba nunca sin comer, y la gente le daban cosas. Vicente no era tonto de cintura para abajo, y tuvo un hijo (completamente normal) con un mujer de las que se dedicaban por aquella zona a la profesión más antigua del mundo. Vicente no se metía con nadie pero había quienes se metían con él, hasta el punto de que Vicente murió quemado vivo por unos criminales que lo rociaron con un líquido inflamable y le metieron fuego. El suceso causó una gran impresión en Algeciras y aunque se tenían sospechas nunca se descubrió quienes fueron los asesinos de Vicente.