Mariano Rajoy está siendo un pésimo gestor de la situación política posterior al 20-D. También se ha convertido en un candidato imposible en la cuenta atrás de la investidura. Después del encuentro del fin de semana con Pedro Sánchez, Rajoy evidenció un avanzado estado de oxidación.
En sus comparecencias actuales se le nota particularmente acobardado, nervioso y sulfurado. En el PP, el comentario general, eso sí en privado, es que se equivocó, que ya está tocado y que no hay quién lo quiera.Los movimientos opositores en su partido son callados y sutiles. Piensan como Maquiavelo que no se ataca al poder, si no se tiene la seguridad de destruirlo. Por eso los populares críticos, además de muy anónimos, son muy prudentes, aunque el inquilino de la Moncloa en funciones haya perdido foco y atractivo. A medida que Rajoy va cediendo protagonismo, va perdiendo poder, pues se ha desentendido del viejo principio político “el poder se ejerce, no se ostenta”.
La tendencia al tancredismo de Rajoy y la catarata de casos de corrupción en las filas populares -investigados, acusados, juzgados o condenados- han acabado con su flema gallega y su humor socarrón. Ya no les dice a los corruptos que resistan, pero sigue proporcionándoles medios para resistir y defenderse. Así ha sido al colocar en la Diputación Permanente del Senado a la exalcadesa de Valencia, Rita Barberá, o en el Congreso de los Diputados a la exalcadesa de Jerez, María José García Pelayo, para que sigan aforadas y gocen de ese privilegio judicial.Rajoy ya es lisa y llanamente un anacronismo por su actitud laxa ante la corrupción. Alguien que se ha mostrado tan inoperante para combatir los fenómenos de corrupción sistémica, que han asolado a su partido, no puede liderar la regeneración moral que el país estaba pidiendo a gritos y la ciudadanía ratificó en las urnas el 20-D. El último borboteo de esa cloaca de latrocinio institucional en el que los sucesivos gobiernos del Partido Popular han convertido la Comunidad Valenciana resulta, por sí solo, lo suficientemente obscena para que Rajoy se tenga que marchar.
También Rajoy está invalidado por sus propias características como político para esta nueva etapa que está viviendo el país, porque estos nuevos tiempos demandan políticos de amplias miras: ambiciosos en sus ideales, osados, generosos, imaginativos y honestos. Y ante todo, educados, lo que significa tener respeto hacia uno mismo y hacia el prójimo.
Reconozco que a mí también me cuesta practicar algunos de esos buenos modales, pues tengo tendencia a no cruzar palabra con la gente que me cae mal. Aunque como me he hecho mayor estoy rectificando y ahora soy más tolerante.A pesar de ello no puedo evitar sentir estupor, desprecio y vergüenza ajena ante un Presidente, aunque sea en funciones, especializado en el “no sé, no contesto, no me voy”, que deja a otro aspirante a presidir el bien común con su mano en el aire mientras observa con gesto altivo el ingrato universo.
Grotesco. Su sueldo incluye saludar por cortesía parlamentaria hasta a los “diablos” de Podemos. Rajoy no puede permitirse el capricho de la grosería. Aunque sea el más votado o el que tiene más escaños como dice el PP, no tiene futuro pues nadie lo quiere. Así que Rajoy se tiene que ir, ya es historia, y el PP necesita que se vaya cuanto antes para regenerar su partido desde sus orígenes. Le hace falta.